miércoles, 13 de junio de 2012

Jataka Nº 190 Un Buen Amigo (Silanisamsa Jataka)

El Buda contó esta historia referente a un piadoso seguidor laico estando en el Monasterio de Jetavana.

Una mañana, cuando este discípulo lleno de fe llegó a las orillas del Rio Aciravati, en su camino hacia Jetavana a dónde se dirigía para escuchar al Buda, se encontró con que no había barcas en el punto de embarque. Los barqueros habían llevado sus barcas hacia la otra orilla, que estaba muy lejana, y ellos también se habían marchado para escuchar al Buda. La mente del discípulo estaba tan absorta y llena de deleitosos pensamientos acerca del Buda, que aunque se puso a caminar por el río, sus pies no se hundían bajo la superficie y andaba a través del agua como si fuera sobre tierra seca. Sin embargo, cuando se dio cuenta de las olas al alcanzar la mitad del rio, su éxtasis aminoró, y sus pies comenzaron a hundirse. Pero tan pronto como concentró su mente en las cualidades del Buda, sus pies se elevaron, y fue capaz de seguir lleno de gozo caminando sobre las aguas.

Cuando llegó a Jetavana, él le rindió sus respetos al Maestro, y se sentó a un lado.

El Buda dijo dirigiéndose al discípulo: “Buen laico, espero que no hayas tenido contratiempos en tú camino.”

El discípulo respondió: “Venerable Señor, mientras venía hacia acá, yo estaba tan absorto en pensamientos sobre el Buda que cuando llegué al rio, fui capaz de andar a través de él lo mismo que si fuera sólido.”

Entonces el Buda dijo: “Amigo mío, tú no eres el único que ha sido protegido de esta forma. En tiempos remotos, unos piadosos laicos fueron recogidos por un barco en medio del océano, y ellos se salvaron gracias al recordar las virtudes de un Buda.”

Entonces, a requerimiento del hombre, el Buda contó esta historia del pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, en la época del Buda Kassapa, un discípulo laico que ya había entrado en el sendero, compró un pasaje en un barco junto con uno de sus amigos, un rico barbero. La esposa del barbero le pidió a este discípulo que cuidara de su marido.

Una semana después de que el barco abandonara el puerto, se hundió en medio del océano. Los dos amigos se salvaron al poder cogerse a una tabla, y finalmente fueron arrastrados hasta una isla desierta. Hambriento, el barbero mató algunos pájaros, los cocinó, y ofreció una parte de su comida al seguidor del Buda.

Él le contestó: “No, gracias. Estoy bien.”

Entonces comenzó a pensar para sí: “En este lugar tan solitario, no tenemos ayuda ninguna salvo la de las Tres Joyas.”

Cómo se sentó a meditar en las Tres Joyas, un rey Naga que había nacido en esa isla, se transformó en un hermoso barco lleno de las siete cosas preciosas. Los tres mástiles estaban hechos de zafiro, las tablas y el ancla eran de oro, y las cuerdas de plata.

El timonel, que era un espíritu del mar, se levantó en cubierta y gritó: “¿Hay algún pasajero para India?”

El discípulo contestó: “Sí, ahí es donde vivimos”

“Pues entonces, sube a bordo” dijo el espíritu.

El hombre se agarró para subir a bordo del hermoso navío, y se volvió para llamar a su amigo el barbero.

Entonces el espíritu del mar le dijo: “Tú sí que puedes venir, pero él no”

¿Y por qué no?”  preguntó el discípulo.

El espíritu le contestó: “Porque él no lleva una vida de virtud. Yo traje este barco para ti, pero no para él.”

Ante esto, el laico le anunció: “En ese caso, todos los regalos que yo he dado, todas las virtudes que yo he practicado, todos los poderes que yo he desarrollado, de todos ellos le doy el  fruto a él.”

“¡Gracias, Maestro!” sollozó el barbero.

Muy bien, podéis subir los dos a bordo” les dijo el espíritu.

El barco transportó a los dos hombres a través del mar, y remontó el Rio Ganges. Tras dejarlos sanos y salvos en su hogar en Varanasi, el espíritu del mar utilizó su poder mágico para crear una inmensa riqueza para ambos. Entonces, elevándose en el aire, instruyó a los hombres y a sus amigos: “Buscad la compañía del sabio y del bueno. Si este barbero no hubiera estado en compañía de este piadoso laico, habría perecido en el medio del océano.”

Finalmente, el espíritu del mar volvió a sus dominios, llevando con él al rey Naga.

Tras finalizar este discurso, el Buda identificó el nacimiento, y enseñó el Dharma, tras lo cual el piadoso laico entró en el fruto del segundo Camino.

El Buda dijo: “En aquella ocasión, el discípulo alcanzó el estado de Arhat. Shariputra era el rey Naga, y yo era el espíritu del mar.”

 

 

Trad. por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.

 

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