Jataka Nº 2 Cavando un Pozo de Forma Incansable.
sábado, 3 de enero de 2015
Jataka Nº 2 Cavando un Pozo Incansablemente.
Vannupatha Jataka.
“Incansablemente, ellos cavaron hondo” –
Este discurso fue pronunciado por el Bhagavan mientras estaba residiendo en
Savatthi.
¿Acerca de quién? Os preguntaréis.
Acerca de un monje que abandonó la
perseverancia.
La tradición dice, que mientras el Buda estaba
residiendo en Savatthi, llegó a Jetavana[1]
un vástago de una familia de Savatthi, quien, tras oír un discurso dado por el
Maestro, realizó que la lujuria genera sufrimiento, y fue admitido en el primer
nivel de la Comunidad[2].
Después de que hubieran pasado cinco años preparándose para la completa
admisión en la Comunidad de los monjes, una vez que él hubo aprendido dos
resúmenes, y se había entrenado en los métodos de la Visión Penetrante, el
obtuvo del Maestro un tema de meditación el cual comentó para él. Retirándose a
un bosque, el pasó allí la estación de las lluvias; pero por todo el esfuerzo
de esos tres meses no pudo tener ni tan siquiera un vislumbre o un indicio de
sabiduría. Así que él pensó en volver a Él: “El
Maestro dijo que hay cuatro tipos de hombres, y yo tengo que pertenecer a la
clase más inferior de todas; en este nacimiento, pienso yo, no hay para mí ni
Sendero, ni Fruto. ¿Qué bien habrá con que yo viva en el bosque? Yo volveré al Maestro, y pasaré mi vida
disfrutando las bendiciones de la presencia del Buda, y escuchando sus dulces
enseñanzas”. Y entonces volvió a Jetavana.
Ahora, sus amigos e íntimos le dijeron: “Señor, tú fuiste quien obtuvo del Maestro un
tema para la meditación, y partiste para vivir la vida solitaria de un sabio.
No obstante, tú has vuelto de nuevo aquí, viniendo a disfrutar de la amistad.
¿Puede ser que hayas logrado el culmen de la vocación de un monje, y que ya no
volverás a renacer nunca más?”
El respondió: “Señores, como yo no logré ni el Sendero, ni el Fruto, sentí que mi
esfuerzo era inútil, así que he abandonado el perseverar, y he vuelto”.
Ellos el respondieron: “Te has equivocado, Señor, al mostrarte pusilánime cuando te has
dedicado a la Doctrina del Maestro Intrépido. [107] Ven, pongamos esto tuyo en
conocimiento del Buda.” Y lo llevaron con ellos ante el Maestro.
Cuando el Maestro fue consciente de su
llegada, dijo: “Monjes, vosotros traéis a
este monje en contra de su voluntad, ¿Qué ha hecho?”
Los monjes dijeron: “Señor, después de haberse dedicado por completo a la Verdadera
Doctrina, este monje ha abandonado el perseverar en la vida solitaria de un
sabio, y ha vuelto”
Entonces el Maestro le dijo:” ¿Es cierto, como ellos dicen, que tú, monje,
has abandonado la perseverancia? “
El monje respondió: “Es verdad, Bhagavan”
El Buda dijo: “¿Pero cómo es eso, que después de haberte dedicado a esa Doctrina, tu,
oh monje, no te muestres como un hombre con pocos deseos, contentado,
solitario, y determinado, y que en vez de ello seas un hombre falto de
perseverancia? ¿No fuiste tú quien fue tan resuelto en días pasados? ¿No fue
por tu esfuerzo, gracias a tu perseverancia, por lo que en un desierto de arena,
los hombres y los bueyes pertenecientes a una caravana de quinientos carros
tuvieron agua y fueron animados? ¿Y cómo es que ahora, tú estás abandonando?”
Tras haber oído estas palabras, los monjes
preguntaron al Bhagavan, diciendo: “Señor,
la actual pusilanimidad de este monje está clara para nosotros; pero para
nosotros está escondido el conocimiento de cómo, por la perseverancia de este
hombre solo, los hombres y los bueyes tuvieron agua en un desierto arenoso, y
fueron animados. Esto es conocido solo pata Ti, que eres omnisciente; Te
rogamos que nos lo cuentes”
El Bhagavan dijo: “Entonces, monjes, escuchad con atención”. Y después de haber excitado
su atención, El hizo claro aquello que en aquel renacimiento había tenido que
ver con ellos.
“Una vez, cuando Brahmadatta era rey en
Benarés, en Kasi, el Bodhisattva había renacido en una familia de mercaderes.
Cuando fue creciendo, solía viajar para comerciar llevando quinientos carros.
En una ocasión llegó a un desierto arenoso de sesenta leguas de ancho, y la
arena era tan fina que cuando era cogida, caía al suelo escurriéndose entre los
dedos con puño cerrado. Tan pronto como el Sol se levantaba, la arena se iba
calentando y era como una cama de ascuas de carbón, y nadie podía caminar sobre
ella. Adecuándose a ello, quienes lo atravesaban hacían provisión de leña para
el fuego, agua, aceite, arroz y demás, en sus carros; y solo viajaban durante
la noche. Al amanecer solían disponer sus carros formando un círculo para
protegerse, con un toldo desplegado por encima, y después de una temprana
comida, solían sentase a la sombra durante todo el día. Cuando el Sol se iba
poniendo, hacían su comida de la tarde; y tan pronto como el suelo se enfriaba,
solían uncir sus carros, y comenzar la marcha. El viajar a través de este
desierto era como estar viajando a través del mar; un llamado “piloto del
desierto” tenía que guiarlos a todos ellos orientándose siguiendo las
estrellas. [108] Y esta era la forma en la que nuestros mercaderes estaban
viajando ahora en aquella soledad.
Cuando ya no le quedaban más que unas siete
millas ante él, pensó: “Esta noche nos veremos fuera de este desierto arenoso”.
Así pues, después de que hubieron hecho su comida, ordenó que fueran arrojados
leña y agua, y unciendo sus carros, se pusieron en camino. En el carro que iba
en cabeza, el piloto se echó sobre un diván, mirando las estrellas del cielo, y
dirigiendo la marcha de acuerdo a ello. Pero puesto que estaba sin dormir, y se
encontraba cansado, se quedó dormido; con el resultado de que no se apercibió
de que los bueyes habían dado la vuelta, y que habían vuelto sobre sus pasos.
Los bueyes siguieron su camino durante toda la noche, pero al amanecer el
piloto se despertó, y observando la disposición de las estrellas sobre su
cabeza, de repente gritó: “¡Dad vuelta a
los carros! ¡Dad vuelta a los carros!” Y conforme dieron vuelta a los
carros y formaron una línea, el día amaneció.
La gente de la caravana se lamentaba: “Puesto que este es el lugar en el que
acampamos ayer, y no tenemos leña ni agua, estamos perdidos”. Diciendo eso,
desuncieron sus carros y desplegaron el toldo por encima; entonces cada hombre
se hundió en la desesperación bajo su propio carro.
El Bodhisattva pensó para él: “Si yo me doy por vencido, todos y cada uno de ellos morirán”. Así que salió sin
rumbo, andando de un lado para otro toda vez que la arena aún no estaba muy
caliente, hasta que llegó a donde había una mata de yerba de kusa. Al verla
pensó “Esta hierba solo pudo haber
crecido aquí gracias a la presencia
de agua debajo”. Así que ordenó que fuera traída una pala, y que fuera
cavado un pozo en ese lugar. Cavaron hasta llegar a los nueve metros de
profundidad, hasta que a esa profundidad la pala golpeó en una roca, y todo el
mundo se desanimó. Pero el Bodhisattva, sintiéndose seguro de que bajo esa roca
había agua, descendió dentro del pozo, y puso sus pies sobre la roca.
Agachándose, aplicó su oído a la roca, y escuchó. Oyendo el sonido del agua
fluyendo debajo, salió del pozo, y le dijo a un joven sirviente “Muchacho mío, si te das por vencido, todos
pereceremos. Así que anímate y esfuérzate. Baja al pozo con este martillo de
hierro, y rompe esa roca”
Obediente a las indicaciones de su maestro,
[109] el muchacho, lleno de resolución cuando todos los demás habían caído en el
desánimo, bajó al pozo y golpeó la roca. La roca que estaba obstruyendo el
arroyo, saltó rota en pedazos y cayó dentro. En el hoyo surgió un chorro de
agua que llenó el pozo hasta que cubría la altura de una palmera; y todos
bebieron y se bañaron. Entonces ellos picaron sus ejes y yugos de repuesto, y
otros pertrechos sobrantes, cocinaron su arroz y lo comieron, y dieron de comer
a los bueyes. Y tan pronto como se puso el Sol, colocaron una bandera al lado
del manantial para que fuera vista por otros viajeros, y siguieron viajando hacia su destino. Allí
ellos trocaron sus bienes por dos y cuatro veces su valor. Con las ganancias
ellos volvieron a sus hogares, donde cada uno vivió su tiempo de vida, y al
final murieron recibiendo de acuerdo a sus merecimientos. El Bodhisattva
también, después de una vida pasada practicando la caridad y otras buenas
acciones, murió también recibiendo de acuerdo a sus merecimientos.
Cuando el Buda Insuperable hubo expuesto este
discurso, El, el Omnisciente, pronunció este verso:
“Incansablemente,
ellos cavaron profundamente en ese pedazo
de arena,
Hasta que en el camino pisado, ellos encontraron agua.
Así, que pueda el sabio, fuerte en la perseverancia,
No flaquear ni cansarse, hasta que su corazón encuentre la Paz.”
[110] Cuando este discurso finalizó, enseño
las Cuatro Verdades, hasta el punto que el monje pusilánime fue establecido en
el fruto superior, que es el estado de un Arhat.
Después de haber contado estas dos historias,
el Maestro estableció la conexión vinculándolos a ellos juntos, e identificó el
nacimiento diciendo: “Este monje
pusilánime de hoy, fue en aquellos días el muchacho sirviente quien,
perseverando, rompió la roca y dio agua a toda la gente; los seguidores del
Buda eran el resto de la gente de la caravana; y yo mismo era su líder”.
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