Monjes,
durante los seis años en los que el bodhisatva practicó austeridades, Mara, el Pāpiyān[1],
lo siguió paso a paso, buscado una oportunidad para hacerle daño. Sin embargo, a pesar de sus intentos, nunca
encontró una oportunidad, y finalmente se fue desanimado y descontento. [261]
Con
respecto a esto se dice:
“Hay
una agradable foresta
Con
matorrales exuberantes y lleno de hierbas,
Al
este de Uruvilvā,
Donde
fluye el Rio Nairañjanā.
Allí,
para bien de la renunciación,
El
bodhisatva perseveró con un vigor continuo y estable.
Para
alcanzar realizaciones y el gozo,
Permaneció
calmo y diligente.
Mara,
se aproximó a él, y dijo
Con
unas palabras suaves y agradables:
“¡Oh,
hijo de los Sakya, levántate!
¿Qué
utilidad hay en atormentar tu cuerpo?
La
vida es lo más valioso para los vivos;
Viviendo,
puedes practicar el Dharma.
Viviendo,
puedes hacer eso,
Y
entonces más tarde no te arrepentirás.
Pero
tu complexión se ha debilitado y su esplendor se ha ido;
Y
tal parece que estés al borde de la muerte.
Hay
muchas oportunidades para la muerte,
Pero
la de la vida es solo una.
Hay
un gran mérito en practicar la generosidad
Y
en hacer ofrendas siempre que uno puede.
Entonces,
¿Por qué te empeñas
En
la práctica de la renunciación?
El
sendero de la renunciación solo trae sufrimiento,
Y
la tarea de domar la mente es muy ardua.”
Esto
es lo que Mara dijo
Cuando
se estaba dirigiendo al bodhisatva.
El
bodhisatva dijo a Mara,
Replicando
a sus palabras:
“¡Pāpiyān,
completamente loco!
Tú
has venido aquí con otros motivos.
Mara,
a ti no te importa lo más mínimo
Mi
acumulación de mérito.
Si
tú estuvieras interesado en la acumulación de mérito,
En
vez de hablar como hiciste, hablarías así:
“Puesto
que la muerte es el final de la vida,
La
muerte no supone una preocupación para mí.
Dedicándome
completamente a la práctica espiritual
Yo
nunca daré marcha atrás. [262]
Si
incluso el caudal de los ríos
Puede
ser secado por el viento,
¿Entonces,
qué decir del cuerpo y la sangre del renunciante?
¿No
debería de secarse también?
Cuando
su sangre se ha secado, su carne se marchitará;
Cuando
su carne se ha consumido,
Su
mente se hará aún más clara.
Tendrá
más dedicación, diligencia, y absorción.”
Puesto
que yo vivo de esta forma,
Yo
he alcanzado la percepción más suprema.
Así
que yo no preocupo de mi cuerpo y de mi vida,
Solo
busco la pureza de mi ser.
Yo
estoy dedicado y poseo diligencia;
Y
también tengo sabiduría.
En
este mundo yo no veo a nadie
Capaz
de perturbar mí esfuerzo diligente.
La
muerte, el ladrón de la fuerza vital,
Es
preferible a vivir una vida carente de virtud.
Es
mejor morir en una batalla
Que
vivir derrotado bajo el yugo del enemigo.
Aunque
él no muestra orgullo en la victoria,
Solo
un héroe es capaz de vencer a un ejército.
El
cobarde no tiene éxito.
Mara,
pronto te venceré.
El
deseo es tu primer ejército;
El
segundo, es el descontento;
El
tercero, es el hambre y la sed;
El
cuarto, es el anhelo.
El
quinto, es la pereza y la indolencia,
Se
dice que el sexto es el miedo;
El
séptimo, es la duda;
El
enojo y la hipocresía constituyen el octavo.
La
ambición, codicia, y el deseo de alabanzas;
La
fama falsamente adquirida;
La
búsqueda de la glorificación
Que
humilla a los otros.
Este
es el ejército de Mara,
El
mal amigo que atormenta a uno.
Algunos
ascetas y brahmines
Parecen
haber sucumbido a eso.
Este
es tu ejército, que vence
A
este mundo y al de los dioses. [263]
Yo
lo destruiré con mi sabiduría
Lo
mismo que el agua destruye un vaso de arcilla sin cocer.
Yo
actúo con cuidado, pues mi mente
Está
establecida en la atención mental,
Y
he entrenado mi mente en la sabiduría;
Pero
como tu mente está establecida en la maldad, ¿Qué puedes realizar?”
Cómo el
bodhisatva pronunció estas palabras, Mara, el maligno, se sintió confuso,
humillado, y lleno de resentimiento; y entonces desapareció de aquel lugar.
Monjes,
entonces el bodhisatva pensó: “Hay ascetas y brahmines que en el pasado,
presente, y futuro, se hacen daño a sí mismos. Experimentan el sufrimiento
intenso del calor insoportable, y van sufriendo experiencias desagradables. Y
así sufren intensamente.”
Monjes, yo
seguí pensando: “Con estos actos y estos métodos, yo no he sido capaz de
manifestar ninguna sabiduría verdadera que pudiera ser superior a las
enseñanzas creadas por el hombre. Este sendero no lleva a la Iluminación. Este
sendero es incapaz de erradicar la sucesión de nacimientos, la vejez, y la
muerte, en el futuro. Pero tiene que haber otro sendero que pueda erradicar el
sufrimiento ocasionado por el nacimiento, la vejez, y la muerte.”
Monjes, yo
continué pensando: “Una vez, cuando yo estaba sentado en el parque de mi padre,
bajo la sombra de un manzano, yo me regocijé lo mismo que si hubiera alcanzado
el primer nivel de concentración, el cual está libre de deseos y negatividades,
está dotado con buenas cualidades, es reflexivo, investigador, y lleno de la
alegría que surge de la discriminación. Yo me regocijé como si hubiera
conseguido todos los niveles de concentración, hasta llegar al cuarto.
Indudablemente, ese tiene que ser el sendero hacia la Iluminación, el cual
puede erradicar la aparición de los sufrimientos del nacimiento, la vejez, la
enfermedad, y la muerte. Y de este modo, en mí surgió una convicción: “¡Este es
el sendero hacia la Iluminación!”
Y también
pensé: “Sin embargo, este sendero no puede ser realizado por alguien que ha
llegado a quedar tan débil. Si me dirigiera hacia el asiento de la Iluminación
meramente a través de la fuerza de mi conocimiento, pero con mi cuerpo
manteniendo una debilidad tan crítica, [264] los seres del futuro no
mantendrían una disposición favorable hacia mí, y este sendero no conduciría a
la Iluminación. Por consiguiente, yo volveré a ingerir comida sólida. De esa
forma, yo volveré a recobrar mi fuerza física. Una vez hecho eso, yo me
dirigiré al asiento de la Iluminación.”
Monjes, en
ese momento, algunos dioses se interesaron en mí. Puesto que conocían mis
pensamientos, vinieron a donde yo estaba, y me dijeron: “¡Hombre santo, no
comas alimento sólido! Nosotros podemos nutrirte a través de los poros de tu
cuerpo.”
Monjes,
entonces yo pensé: “Yo tomé el voto de permanecer ayunando. Y de este modo la
gente de las aldeas de los alrededores sabrá que el asceta Gautama se abstiene
de ingerir comida. Sin embargo, si estos hijos de los dioses que se están
interesando por mí me alimentaran a través de los poros de mi cuerpo, yo sería
el peor de los hipócritas.”
Por tanto,
el bodhisatva decidió desoír las palabras de los hijos de los dioses para
evitar toda hipocresía. En lugar de ello, decidió comenzar a tomar alimentos
sólidos. Monjes, de este modo, el bodhisatva se levantó del asiento en el que
había estado practicando disciplinas y mortificaciones durante los últimos seis
años, y proclamó: “¡Ahora yo tomaré alimentos sólidos, tales como melazas, sopa
de guisantes, sopa de lentejas, avena, y arroz!”
Monjes, en
esto, los cinco compañeros ascetas pensaron: “Con este sendero y estas
prácticas, el asceta Gautama parece incapaz de realizar una visión de sabiduría
excelsa que es más elevada que cualquier enseñanza humana. No obstante, ¿cómo
puede resultar de alguna ayuda el hecho de comer alimentos sólidos y llevar una
vida confortable? ¡Qué hombre tan ignorante y pueril!” Y albergando este
pensamiento, los cinco compañeros abandonaron al bodhisatva, y se dirigieron a
Varanasi[2],
donde acamparon en la Colina de los Sabios Caídos[3],
en el Parque de los Ciervos. [265]
Siempre,
desde que el bodhisatva había comenzado su práctica de austeridades, hubo diez
chicas jóvenes de la aldea que lo habían servido como una forma de verlo,
venerarlo, y asistirlo. Al mismo tiempo, también sus cinco compañeros lo habían
estado asistiendo trayéndole la única baya de junípero, la semilla de sésamo, o
el grano de arroz que el comía. Los nombres de esas diez chicas de la aldea
eran Balā, Balaguptā, Supriyā, Vijayasenā, Atimuktakamalā, Sundarī, Kumbhakārī,
Uluvillikā, Jātilikā, y Sujātā.
Estas jóvenes
prepararon ahora diversas clases de sopas para el bodhisatva, y se las
ofrecieron. El bodhisatva aceptó estas comidas, pero gradualmente también
comenzó a ir a hacer la ronda de limosnas por la aldea cercana. De esta forma
fue recuperando su anterior lustre, apariencia, y fuerza. Ahora le gente
comenzó a llamarle “el asceta hermoso” y “el gran asceta”.
Monjes,
cada día, desde el principio de las prácticas de las austeridades por parte del
bodhisatva, Sujātā, la muchacha de la aldea, había ofrecido comida a
ochocientos brahmines con la esperanza de que el bodhisatva abandonara su
práctica de las austeridades y mortificaciones, y mantuviera sus constantes
vitales. Puesto que ella lo hizo así, ofrecía esta oración: “¡Que pueda el
bodhisatva comer mi comida, y por tanto obtener verdaderamente la Insuperable,
Perfecta, y Completa Iluminación”.
Monjes,
puesto que habían pasado seis años, yo tuve este pensamiento: “Mis hábitos de
color azafrán están realmente viejos. Quizá sería bueno si pudiera encontrar
algo de tela con la que cubrirme.” Monjes, en eso, uno de los sirvientes de
Sujātā, una mujer llamada Rādhā, había muerto recientemente. Había sido
envuelta en una tela de cáñamo, y dejada en el cementerio. Cuando vi ese harapo
polvoriento, decidí usarlo para cubrirme.
Como yo
estaba allí de pie, y me agaché doblando mi pierna izquierda, a la vez que
extendía mi mano derecha para coger el harapo, [266] un dios de la tierra llamó
a los dioses del cielo, diciendo: “Amigos, aquí hay un descendiente de un
linaje real. Ha abandonado el reino de un monarca universal, y ahora su mente
se ha interesado por un harapo polvoriento. ¡Qué visión! ¡Amigos, es realmente
maravilloso!”
Todos los
dioses del cielo oyeron la voz del dios de la tierra, y pasaron el mensaje a
los dioses del Cielo de los Cuatro Grandes Reyes; los dioses del Cielo de los
Cuatro Grandes Reyes se lo dijeron a los dioses del Cielo de los Treinta y
Tres; ellos a su vez comunicaron la nueva al Cielo de Libre de Conflictos, y
desde ahí fue pasando al Cielo de la Alegría, al Cielo de Disfrutando de
Emanaciones, y al Cielo de Disfrutando de las Emanaciones de Otros, llegando
finalmente al Cielo de Brahma. Monjes, en aquel momento, en ese mismo instante,
este mensaje resonó y viajó hasta alcanzar el Cielo Más Alto[4]:
“Amigos, aquí hay un descendiente de un linaje real. Ha abandonado el reino de
un monarca universal, y ahora su mente se ha interesado por un harapo
polvoriento. ¡Qué visión! ¡Amigos, es realmente maravilloso!”
Entonces
el bodhisatva pensó: “He encontrado este harapo polvoriento, así que sería
bueno si pudiera encontrar agua para lavarlo.” En ese mismo instante, los
dioses golpearon la tierra con sus manos, y en ese lugar apareció un estanque
de lotos. Aún hoy en día este estanque es conocido como el “estanque donde
golpearon las manos.”[5]
Después el
bodhisatva pensó. “Ahora que he conseguido agua, sería bueno si pudiera
encontrar una piedra plana sobre la que lavar este paño.” En ese mismo momento,
Sakra colocó ante él esa roca, y el bodhisatva comenzó entonces a lavar el
harapo sucio.
Entonces Sakra,
el jefe de los dioses, habló al bodhisatva: “Hombre santo, dame el paño.
Entonces lo lavaré.” No obstante, el bodhisatva quiso mostrar la conducta de un
renunciante, así que no dio el trapo a Sakra, sino que lo lavó el mismo. [267]
Después de
esto, el bodhisatva se sintió cansado y quiso salir del estanque. Sin embargo,
Mara, el maligno, se sintió celoso, y mágicamente profundizó el fondo del
estanque. Sin embargo, a la orilla del estanque había un gran árbol kakubha.
Para seguir las costumbres mundanas, y para complacer a las diosas del árbol,
el bodhisatva las llamó, diciendo: “¡Escuchad, diosas; agachad una de las ramas
del árbol!” Las diosas bajaron una rama, tal como anhelaba el bodhisatva, y fue
sacado del estanque. Una vez que estuvo salvado, permaneció bajo la sombra del
árbol kakubha, donde cosió el harapo polvoriento convirtiéndolo en un hábito
monástico. Hoy en día este lugar aún es conocido como el lugar donde “se
cosieron los harapos polvorientos.”[6]
Entonces
un hijo de los dioses de las moradas puras[7],
llamado Vimalaprabha[8],
ofreció al bodhisatva una tela fabricada por los dioses, la cual había sido
teñida de color azafrán para que resultara adecuada para un monje. El
bodhisatva aceptó este regalo, y a la mañana siguiente, vistiendo esas prendas,
arregladas como el hábito de un asceta, se dirigió a la aldea cercana al lugar
en el que había estado viviendo durante sus mortificaciones.
A media
noche, los dioses habían anunciado lo siguiente a Sujātā, la hija del Nandika,
el jefe de la aldea de Senāpati, en Uruvilvā: “Aquel para quien tú has estado
haciendo ofrendas ha relajado su disciplina, y ha decido que volverá a tomar
comida nutritiva y sólida. Previamente tú hiciste esta aspiración: “¡Que pueda
el bodhisatva comer mi comida, y por tanto obtener verdaderamente la
Insuperable, Perfecta, y Completa Iluminación.” Ahora ha llegado ese momento,
así que tienes que hacer lo que tú debes de hacer.”
Monjes,
tan pronto como Sujātā, la hija de Nandika, el jefe de la aldea, oyó estas
palabras de los dioses, reunió rápidamente la leche de mil vacas. Desnató siete
veces la nata de la leche, hasta que ella obtuvo una crema densa. Entonces ella
puso esta crema dentro de una cazuela de arcilla nueva, mezclada con el más
fresco de los arroces, y lo colocó sobre una cocina de reciente construcción.
Cuando la sopa de arroz con leche se estaba cociendo, se produjeron diversos
signos auspiciosos. [268] Dentro de la leche apareció el contorno de un nudo sin
fin, de una esvásticas simple, una esvástica elaborada, un loto, un Vardhamāna[9],
y otros signos auspiciosos.
Después de
ver esto, Sujātā pensó: “La aparición de estos signos seguramente significan
que el bodhisatva comerá ahora, y que alcanzará la Insuperable, Perfecta, y
Completa Iluminación.” En aquel tiempo, llegó a la aldea un adivino que estaba
versado en los rituales y en el arte de interpretar los signos, y profetizó que
allí alguien alcanzaría la inmortalidad.
Cuando
Sujātā terminó de cocinar la sopa, la colocó en el suelo, y llena de devoción,
preparó un asiento para el bodhisatva esparciendo flores y agua perfumada.
Entonces dijo a uno de sus sirvientes, una mujer llamada Uttarā: “Uttarā, ve y
trae a los brahmines. Yo quedaré aquí, y vigilaré este arroz con leche y miel.”
Uttarā
respondió: “Muy bien, señora.” Y entonces lo hizo tal y como se le dijo. Salió
en dirección este, pero allí solo encontró al bodhisatva. Entonces ella se
dirigió hacia el sur, pero allí ella volvió a encontrar al bodhisatva. Entonces
ella fue hacia el oeste y el norte, pero en esos lugares solo encontró al
bodhisatva. En aquel tiempo, algunos hijos de los dioses de las moradas puras,
habían alejado a todos los Tirthikas, y no fue encontrado ninguno de ellos.
Cuando
retornó, Uttarā contó a su señora lo que había sucedido: “Donde quiera que fui,
al único que encontré fue a este hermoso monje. ¡No hay más ascetas o
brahmines, aparte de él!”
Sujātā
dijo: “¡Sólo él es el monje, solo él es el brahmín! ¡Es para él para quien yo
he preparado esta comida! Uttara, ve y tráelo.”
Uttarā
respondió: “Muy bien, señora.” Y salió. Cuando encontró al bodhisatva, se
postró ante él, y le transmitió la invitación de Sujātā.
Monjes,
entonces el bodhisatva se dirigió a la casa de la joven aldeana Sujātā, donde
se sentó en el asiento que le había sido preparado. Monjes, la joven aldeana
Sujātā, había llenado un cuenco dorado con el arroz con leche y miel, y lo
ofreció al bodhisatva. [269]
Entonces
el bodhisatva tuvo este pensamiento: “Sujātā ha ofrecido esta comida; si la
como ahora, no hay duda de que realmente yo alcanzaré la Insuperable, Perfecta,
y Completa Iluminación.” Entonces el bodhisatva tomó su comida. Cuando hubo
terminado, se levantó, y preguntó a Sujātā: “Hermana, ¿Qué debiera de hacer con
el cuenco dorado?”
Ella
respondió: “¡Por favor, quédate con él!”
El
bodhisatva le dijo: “No necesito este cuenco.”
Sujātā le
dijo: “Bien, haz como quieras. Pero yo no doy comida a nadie sin darle también
un cuenco.”
Así que el
bodhisatva cogió el cuenco, y abandonó Uruvilvā. Antes del medio día llegó a
las orillas del Río Nairañjanā, el rio de los nagas. Allí el posó su cuenco y
sus ropas, y entró en el agua para refrescarse. Monjes, mientras se estaba
bañando el bodhisatva, varios cientos de miles de hijos de los dioses vinieron
a venerarlo. Ellos vertieron en el rio aloe divino y polvo de sándalo, y
también diversos ungüentos; y esparcieron flores de todos los colores dentro
del agua. De esta forma todo el gran Rio Nairañjanā corría lleno de perfumes divinos,
y de las flores que llovían sobre él. Muchos trillones de hijos de los dioses
vinieron para recoger esa agua perfumada que el bodhisatva había utilizado para
el baño. La llevaron con ellos a sus moradas, para reverenciarlas en altares
construidos dentro de monumentos conmemorativos[10].
Sujātā, la joven aldeana, también recogió todo el pelo y la barba del
bodhisatva. Pensado que tenía que ser algo sagrado, lo llevó con ella para
hacer monumentos conmemorativos. [270]
Cuando el
bodhisatva salió del rio, quiso sentarse, así que buscó un lugar adecuado, y
encontró un sitio propicio a la orilla del rio. Precisamente entonces, una
joven naga que habitaba en el Rio Nairañjanā, surgió de las profundidades, y
ofreció un trono de joyas al bodhisatva.
El bodhisatva
se sentó en ese trono, y mientras estaba pensando con bondad en Sujātā, la hija
del jefe de la aldea, ingirió la parte que necesitaba del arroz con leche y
miel. Cuando terminó de comer, arrojó el cuenco dorado al agua sin albergar
ningún sentimiento de apego. Tan pronto como el cuenco impactó con el agua, el
rey naga Sāgara, lleno de gran devoción y respeto, vino a buscar el cuenco y
llevarlo a su reino, pensando: “¡Esto es digno de veneración!”
En eso,
Indra, el de mil ojos, el destructor de ciudades, adoptó la forma de un garuda
con un pico de diamante, e intentó robar el cuenco dorado del rey naga Sāgara.
Cuando Indra fue incapaz de hacerlo, adoptó su propia forma, y lo pidió
cortésmente. Esta vez recibió el cuenco, y lo llevó con él al Cielo de los
Treinta y Tres para enaltecerlo en un monumento conmemorativo y así venerarlo.
En este cielo él comenzó un festival religioso llamado “la procesión del
cuenco”, que se observaba en los días de conjunción astrológica. Hasta el día
de hoy en el Cielo de los Treinta y Tres se celebra anualmente un Festival del
Cuenco. La muchacha naga llevó consigo el trono magnífico para erigir un
monumento conmemorativo para él, y venerarlo.
Monjes,
debido al poder del mérito del bodhisatva y a la fuerza de su sabiduría, su
cuerpo se transformó inmediatamente él ingirió
la comida sólida. En un instante su cuerpo volvió a recobrar su anterior
belleza, similar al lustre de un loto. Ahora el manifestaba las treinta y dos
marcas de un gran ser, al igual que un halo de luz alrededor de su cuerpo, de
un diámetro de una braza.
Con
respecto a esto, se dice:
Después de
seis años de austeridades, el Bhagavan piensa:
“Yo puedo
poseer la concentración y el conocimiento transcendental,
Pero si no
voy bajo el rey de los árboles para despertar a la omnisciencia bajo sus ramas,
Debido a
estar tan demacrado, no mostraría compasión hacia los seres venideros. [271]
Los dioses
y los humanos con poco mérito, buscan la sabiduría por métodos erróneos;
Al estar
en un estado tan debilitado, son incapaces de alcanzar la iluminación que es
como el néctar.
Sin
embargo, si yo como comida sólida excelente y de calidad, volveré a recobrar mi
fuerza física;
Y entonces
podré dirigirme hacia el rey de los árboles, para alcanzar la iluminación
omnisciente bajo sus ramas”.
Sujātā, la
joven aldeana, quien ha hecho mucho bien en el pasado,
Hace
ofrendas continuamente, pensado: “¡Qué pueda este Guía obtener el fruto de su
práctica!”
Cuando
ella oyó la petición de los dioses, ella le trajo arroz con leche y miel.
Ella fue
hacia el rio, y se sentó felizmente a las orillas del Nairañjanā.
El
bodhisatva practicó la disciplina durante mil eones, y sus facultades
sensoriales están completamente calmadas.
Se dirigió
hacia el Rio Nairañjanā acompañado por una multitud de dioses y nagas, y
también de sabios espirituales.
Cruza el
rio, y se baña en sus aguas albergando el pensamiento de liberar a los seres.
El Sabio[11],
puro e inmaculado, lleno de compasión hacia el mundo, desciende al rio y se
baña.
Trillones
de dioses llenos de alegría descienden al rio y vierten perfumes celestiales en
las aguas, y polvo perfumado, para que así pueda bañarse el Mejor de los Seres.
Cuando el
bodhisatva inmaculado ha terminado de bañarse y descansa sereno en la orilla,
Miles de
dioses se regocijan y recogen el agua de baño como un objeto para venerar al
Ser Puro.
Un hijo de
los dioses le ofrece unos hábitos de color azafrán hechos de un bello paño sin
falta;
Vestido
con ese hábito adecuado, el Bhagavan descansa en la orilla del rio.
Una joven
naga, llena de alegría y devoción, le ofrece un trono espléndido
Sobre el
cual se sienta lleno de paz, el Guía del Universo.
Sujātā,
con atención mental, llena un cuenco
dorado lleno de comida para ofrecérselo al bodhisatva;
Se postra
a sus pies, y dice alegremente: “Por favor, Gran Guía, disfruta de esto.” [272]
Come tanto
como era necesario, y entonces arroja el cuenco al rio.
Indra, el
jefe de los dioses, el destructor de ciudades, lo recoge, diciendo: “Lo
veneraré.”
En el
mismo instante en el que el Conquistador consume la comida sólida y excelente,
Su cuerpo
recobró su anterior fuerza, magnificencia, y esplendor.
El ofrece
a Sujātā y a los dioses una enseñanza que los beneficia grandemente;
Y con el
paso de un león, la elegancia de un cisne, y el porte del rey de los elefantes,
El
bodhisatva se aproxima al árbol de la Iluminación.
Esto concluye el Capítulo Dieciocho, sobre “el Rio Nairañjanā”.
[1] El maligno.
[2] Benarés.
[3] Rsipatana.
[4] Akanistha.
[7] Suddhāvāsa.
[8] Luz
Inmaculada.
[9] Una
figura o diagrama místico.
[10] Caityas.
[11] Muni.
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