Monjes, la noche en la que
nació el bodhisatva, nacieron veinte mil niñas en las familias de los Ksatriyas,
de los brahmines, de los mercaderes, y de los mahāsālas[1]. Todas
estas niñas fueron ofrecidas por sus padres al bodhisatva para que fueran sus
sirvientes, y lo honraran. El Rey Suddhodana también dio veinte mil chicas para
que sirvieran y honraran al bodhisatva. Sus amigos, consejeros, y familiares
[118] tanto de la línea paterna como materna, ofrecieron veinte mil muchachas
jóvenes para servir y honrar al bodhisatva. Finalmente, los miembros del
consejo de ministros también ofrecieron veinte mil niñas para servir y honrar
al bodhisatva.
En aquel tiempo, ¡oh,
monjes!, los más ancianos entre los hombres y mujeres de los Sakya se reunieron
y dijeron al Rey Suddhodana:” ¡Rey, por favor, haznos caso! El príncipe debería
de ser llevado al templo para adorar a los dioses.”
El rey replicó: “Si, sería
excelente para él adorar así. Por tanto, ¡Que sea adornada la ciudad! Adornad
las calles, los cruces de carretera, las intersecciones, y las plazas de mercado.
Que no sean vistos enfermos, tuertos, jorobados, ciegos, sordos, y mudos. Apartad
de la vista todo lo deforme o desfigurado, y a aquellos cuyos órganos son
imperfectos. ¡Reunid todo lo auspicioso! ¡Llenad el aire de sonidos
auspiciosos! Haced sonar las campanas y golpead los tambores como signo de
bendición; cread bellas armonías con los instrumentos más melodiosos; que la
gente adorne con cuidado las puertas de la ciudad; que se reúnan los gobernantes
de las regiones circundantes, y también todos los habitantes de Kapilavastu:
los mercaderes, cabezas de familia, consejeros, los guardianes, y todos los
sirvientes. Preparad carros para las jóvenes. Procurad vasos rebosantes. Reunid
a los brahmines que son conocedores de la recitación de las plegarias; y
decorad los templos de los dioses.”
Monjes, todos siguieron las órdenes
impartidas por el rey. Entonces el Rey Suddhodana fue a su casa y habló a
Mahāprajāpatī Gautamī, diciéndole: “El príncipe va a ir al templo a rezar.
Prepáralo bien”
Mahāprajāpatī respondió: “Por
supuesto.” Y lo vistió suntuosamente.
Mientras el príncipe estaba
siendo vestido con las ropas más lindas, con una ligera sonrisa y sin ningún
asomo de enojo, pregunto con una voz dulce a la hermana de su madre: “Madre,
¿Dónde vas a llevarme?”
Ella respondió: “Hijo, te voy
a llevar al templo.”
Entonces el príncipe sonrió,
y pronunció estos versos a su tía:
“Cuando
yo nací, tembló este universo de tres mil mundos;
Sakra,
Brahma, los semidioses, los mahoragas, [119]
Sūrya,
y Chandra, y también Vaisravana y Kumāra,
Todos
ellos postraron sus cabezas a mis pies, y me rindieron homenaje.
¿Qué
dios se distingue por su superioridad sobre mí, ¡Oh, madre!
Que
me llevas para que lo adore yo hoy?
Yo
soy superior a todos los dioses, soy el dios de los dioses.
Si
no hay ningún dios igual a mí, ¿Cómo podría alguno ser superior?
Sin
embargo, madre, yo seguiré las costumbres e iré al templo.
Cuando
vean mis actividades milagrosas, quedarán complacidos.
La
multitud deleitada me rendirá homenaje, y mostrará gran respeto.
Y
los dioses y humanos estarán de acuerdo: “Es el dios de los dioses.”
Monjes, una vez que las
calles principales, cruces de carretera, intersecciones, y mercados habían sido
ricamente adornados con las oraciones y bendiciones de todas clases dispuestas
por toda la ciudad, dentro del patio interior fue preparado para el príncipe un
carro ricamente adornado. Con todas las circunstancias auspiciosas bien
dispuestas, el Rey Suddhodana colocó al joven príncipe en su regazo. Rodeado
por los brahmines, gente del pueblo, mercaderes, cabezas de familia, ministros,
señores locales, guardianes, paisanos, amigos, y parientes, viajaron a través
de las calles ricamente adornadas, las intersecciones, los cruces de carretera,
y las plazas de mercado, las cuales estaban envueltas en el aroma del incienso
más fragante y cubiertas con pétalos de flores; llenas de caballos, elefantes,
carros, y soldados de infantería; con parasoles, estandartes de la victoria, y
banderas enarboladas; y el resonar de diversos instrumentos.
En aquel tiempo cien mil
dioses encabezaban el carro del bodhisatva. Muchos cientos de millones de hijos
e hijas de los dioses esparcían flores desde el cielo, y tocaban címbalos.
Monjes, el Rey Suddhodana llevó
al príncipe al templo acompañado por la gran procesión real, con gran ceremonia
y esplendor. Tan pronto como el príncipe puso la pierna derecha dentro del templo, las estatuas inmóviles de
los dioses, [120] tales como Shiva, Skandha, Nārāyana, Kubera, Chandra, Sūrya,
Vaisravana, Sakra, Brahma, los Guardianes del Mundo, y otros, se levantaron de
sus asientos y se postraron a los pies del bodhisatva. En ese mismo instante
cientos de miles de dioses y humanos lanzaron gritos de asombro y deleite. La
gran ciudad de Kapilavastu, la primera entre las ciudades, tembló de seis
formas diferentes. Comenzó a caer una lluvia de flores celestiales, y cientos
de miles de instrumentos musicales sonaron sin ser tocados; y todas las estatuas
de los dioses que se encontraban en el tempo volvieron a sus asientos, y
pronunciaron los siguientes versos:
“El
Monte Meru, el rey de los montes, la mayor de las montañas,
Nunca
se postraría ante un grano de mostaza.
El
océano, el hogar de los reyes de los nagas,
Nunca
se postraría ante un charco de agua.
Los
brillantes Sol y Luna
Nunca
se postrarían ante una luciérnaga.
¿Cómo
puede el Noble dotado con virtudes, con sabiduría y mérito,
Postrarse
ante los dioses?
Los
dioses y humanos de este macrocosmos de tres mil mundos
Son
como semillas de mostaza, charcos, y luciérnagas;
Y
no obstante están llenos de orgullo.
El
Supremo del Mundo es como el Monte Meru,
Como
el océano, como el Sol y la Luna.
Rindiéndole
homenaje, el mundo obtiene como recompensa
El
gozo celestial y la liberación.”
Monjes, como ellos vieron al
bodhisatva entrar en el templo de los dioses, treinta y dos mil cientos de
miles de hijos de los dioses aspiraron a la Incomparable, Perfecta, y Completa
Iluminación.
Monjes, estas son las causas
y las circunstancias en las cuales el bodhisatva fue llevado al templo de los
dioses.
Esto concluye el Capítulo Ocho, sobre “La visita al
templo.”
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