Monjes, en la época de la
constelación de Citrā, una vez que ya había pasado la constelación de Hasta, el
principal de los brahmines del reino, un brahmín llamado Udāyana, el padre de
Udāyin, asistido por quinientos brahmines, solicitó una audiencia con el Rey
Suddhodana. Le dijo: “Su Majestad, has
de saber que ahora es el momento adecuado para fabricar las alhajas del joven
príncipe.”
El rey replicó: “¡Muy bien!
Hagamos esas joyas.”
En aquella época, el Rey
Suddhodana tenía quinientos tipos de joyas realizadas por quinientos Sakyas:
había encargado pulseras, ajorcas, coronas, collares, anillos, pendientes,
brazaletes, cinturones de oro, hilos de oro, redes de campanillas, redes de
gemas, zapatos con joyas incrustadas, guirnaldas adornadas con diversas gemas,
pulseras con joyas, gargantillas, y diademas.
Los adornos fueron terminados
cuando llegó el tiempo de la conjunción con la constelación de Pusya, entonces
los brahmines fueron ante la presencia del Rey Suddhodana, y le dijeron:
“Señor, por favor, atavía al príncipe.”
El rey dijo: “Podéis honrar y
ataviar al joven príncipe con las joyas que yo he encargado para él.”
Los brahmines replicaron: “El
príncipe debería de llevar puestas las joyas que han sido hechas para él
durante siete días y siete noches. Eso será suficiente recompensa para
nosotros.”
Cuando la noche llegó a su
fin, y ya había salido el Sol, el bodhisatva fue llevado a un jardín llamado
Vimalavyūha, donde Mahāprajāpatī Gautamī lo estuvo sosteniendo en su regazo.
Ochenta mil mujeres dieron la bienvenida al bodhisatva, y miraron su semblante.
Diez mil chicas dieron la bienvenida al bodhisatva, y miraron su semblante.
Diez mil Sakyas dieron la bienvenida al bodhisatva, y miraron su semblante.
También llegaron cinco mil brahmines, y [122] miraron el semblante del
bodhisatva. Entonces, allí, en el jardín, las alhajas hechas por orden del
afortunado rey de los Sakyas, fueron dispuestas sobre el cuerpo del bodhisatva.
Pero tan pronto las joyas
fueron puestas en el bodhisatva, su brillo fue eclipsado por la luminosidad de
su cuerpo. Estas no relucían ni brillaban, y habían perdido todo su fulgor.
Eran lo mismo que un trozo de carbón que es colocado al lado de oro del Rio
Jambū, el cual tampoco reluce, brilla, o refulge. Del mismo modo, cuando las
alhajas fueron tocadas por la luz irradiada por el cuerpo del bodhisatva, estas
perdieron su lustre, brillo, y fulgor. Y esto sucedía con cualquier joya que
fuera puesta en el cuerpo del bodhisatva, pues ella perdía su brillo, lo mismo
que un trozo de hollín puesto al lado del oro proveniente del Rio Jambū.
Entonces Vimala, la diosa del
jardín de recreo, mostró su vasto cuerpo ante el rey y el grupo de los Sakya, y
les dijo estos versos:
“Incluso
si todo el macrocosmos de tres mil mundos con sus ciudades y aldeas,
Estuviera
lleno y cubierto de oro puro y hermoso,
Una
sola moneda de oro del Rio Jambū le robaría todo su esplendor
Dejando
al otro oro carente de brillo.
Incluso
si toda esta tierra estuviera llena con oro de Jambudvipa,
La
luz que se irradia de los poros del Guía del Mundo lo eclipsaría.
No
brillaría o luciría, sino que perdería su belleza y brillo.
Ante
el Sugata, el Protector del Mundo, parecería hollín.
El
está rebosante con cientos de cualidades, adornado con su propia magnificencia;
No
está embellecido por las alhajas, su cuerpo es perfectamente inmaculado. [123]
El
esplendor del Sol y la Luna, las estrellas, joyas, fuego,
Sakra,
y Brahma tienen un pobre brillo confrontados a su gloria intensa.
Su
cuerpo está adornado con las marcas, que son el resultado de sus acciones
virtuosas;
¿Por
tanto, por qué debiera de necesitar los ornamentos comunes hechos por otro?
¡Quitad
las joyas! ¡No molestéis a quien hace sabio al necio!
El,
quien trae el conocimiento supremo, no necesita engalanarse con adornos artificiales.
¡Chandaka,
el sirviente, nació en el palacio al mismo tiempo que el príncipe;
Dadle
a él esas hermosas joyas impecables!”
Reflexionando
en que el clan de los Sakya florecería y se convertiría en supremo,
Los
Sakyas estaban encantados y atónitos.
Tras haber pronunciado estas palabras,
la diosa esparció flores divinas sobre el bodhisatva, y desapareció.
Esto concluye el Capítulo nueve, sobre “Las alhajas.”
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