TANDULANĀLI JATAKA.
“¿Sabe cuál es el
valor de un montón[1] de arroz?”
preguntó el Maestro mientras estaba en la Arboleda de Jeta, con respecto al Mayor
Udāyi, llamado “el zoquete”.
En aquel tiempo, el
Venerable Dabba, que pertenecía al clan de los Malla, era el administrador de
los víveres de la comunidad. Cuando a primera hora de la mañana el Venerable
Dabba estaba inspeccionando el arroz asignado, a veces era seleccionado un buen
arroz, pero otras veces era de una calidad inferior y caía en la parte que le
correspondía al Mayor Udāyi.
Los días en los que
le tocaba el arroz de calidad inferior, solía crear revuelo en el lugar de examen,
diciendo: “¿Acaso es solo Dabba el único que sabe examinar el arroz? ¿Es que no
sabemos nosotros?” Un día, cuando estaba agitando, ellos cogieron el cesto de
seleccionar, se lo dieron, y dijeron: “Ten, aquí tienes. De hoy en adelante serás
tú quien elija.” Por consiguiente, fue Udāyi quien ese día escogió el arroz
para la comunidad. Pero, en su distribución, no sabía diferenciar el arroz
superior del más inferior; ni tampoco sabía para qué jerarquía estaba asignado
el mejor arroz, y para cual el inferior. Así que cuando estaba haciendo la
lista, no tenía idea de cuál era la jerarquía dentro de la comunidad. Consecuentemente,
cuando los miembros de la comunidad ocuparon sus lugares, el hizo una marca en
el suelo o en el muro para marcar el tamaño de un grupo y del otro. Al día
siguiente, en la sala había menos miembros de la comunidad de un grupo, y más
del otro. Donde eran menos, la marca estaba muy por debajo; y donde eran más la
marca estaba muy por encima. Pero Udāyi, completamente ignorante de las
categorías, distribuyó la comida de acuerdo a las marcas que había hecho
previamente.
Entonces los
miembros de la comunidad le dijeron: “Amigo Udāyi, la marca es demasiado alta o
demasiado baja. El mejor arroz es para aquellos de tal y tal jerarquía; y el
inferior para aquellos y aquellos.”Pero él lo rechazó con el siguiente
argumento: “Si esta marca está donde está, ¿Qué hacéis vosotros ahí? ¿Por qué
voy a creeros? ¡Solo confío en mi señalización!”
Entonces los niños y
los novicios [124] lo sacaron a empujones de la sala de selección gritando:
“Amigo Udāyi, zoquete, cuando tú distribuyes, los miembros de la comunidad
reciben menos de lo que deberían de recibir; tú no estás capacitado para
distribuir, así que mejor te vas de aquí.” Y entonces se levantó un gran
alboroto de la sala de distribución.
Oyendo el ruido, el
Maestro preguntó a Ananda, diciendo: “Ananda, hay un gran alboroto en la sala
de distribución. ¿A qué se debe?”
Entonces, Ananda se
lo explicó todo al Buda. Este dijo: “Ananda, esta no es la primera vez en la
que Udāyi, con su estupidez, a robado a otros su beneficio. El hizo lo mismo
hace mucho, mucho tiempo.”
Entonces el Mayor
Ananda, pidió una explicación al Bhagavan, y el Bhagavan dejó claro que tenía
que ver con el renacimiento.
Cierta vez, cuando
Brahmadatta estaba reinando en Benarés, en Kasi, en aquel tiempo el bodhisatva
era un tasador. El solía tasar caballos, elefantes, y similares; también joyas,
oro, y similares; y solía pagar a los propietarios de los bienes el precio
adecuado, conforme a como él lo había fijado en su tasación.
Pero el rey era
codicioso, y su codicia le sugirió el siguiente pensamiento: “Con un tasador
con este estilo para tasar, pronto se agotarán todas las riquezas que hay en mi
casa. Tengo que conseguir otro tasador.” Abriendo la ventana de su palacio, y
mirando al patio, vio que por el cruzaba andando un hombre estúpido y codicioso
que le pareció un candidato adecuado para el puesto. Así que el rey ordenó que
fueran a buscarlo, y una vez ante él le preguntó si sería capaz de desempeñar
el puesto. El hombre dijo: “¡Oh, sí!”; y de este modo, para salvaguardar el
tesoro real, esta persona estúpida fue nombrada tasador. Después de esto, esta
persona necia, a la hora de valorar elefantes, caballos y demás, solía fijar un
precio fijo dictado por su propio antojo, negando su verdadero valor; pero
puesto que él era el tasador, el precio era el que él había determinado, y no
ningún otro.
En aquel tiempo
llegó a la ciudad un proveedor de
caballos que venía del norte del país, con 500 caballos. El rey envió a
buscar a su nuevo tasador, y le mandó que tasara los caballos. Y el precio que
estableció para los 500 caballos en su conjunto fue el de una sola medida de
arroz, la cual ordenó que fuera pagada al proveedor, y ordenando que los
caballos fueran llevados a los establos. [125] El vendedor se dirigió a casa
del antiguo tasador, a quien le contó lo que había sucedido, y le preguntó qué
podía hacerse.
El antiguo tasador
dijo: “Dale un soborno, y plantéale esto: “Sabiendo como sabemos que nuestros
caballos valen una sola medida de arroz, nosotros sentimos la curiosidad de
saber de boca tuya cuál es valor preciso de una medida de arroz, ¿Podrías
establecer su valor en presencia del rey?” Si te dice que si puede, entonces
llévalo ante el rey, y yo también estaré allí.”
Siguiendo
rápidamente el consejo del bodhisatva, el proveedor de caballos sobornó al
tasador, y le planteó la pregunta. El otro, tras haber expresado su habilidad
para determinar el valor de una medida de arroz, fue conducido rápidamente al
palacio, a donde también había acudido el bodhisatva, y también muchos
ministros.
Con la obediencia
debida, el proveedor de caballos dijo: “Señor, yo no discuto que el precio de
500 caballos sea una sola medida de arroz; pero quisiera pedirle a su majestad
que le preguntara a su tasador cuál es el valor preciso de esa medida de
arroz.”
El rey, ignorante de
lo que había sucedido, dijo al sujeto: “Tasador, ¿Cuál es el valor de 500
caballos?”
La contestación fue:
“Una medida de arroz, Señor.”
El rey dijo: “Muy
bien, amigo mío. Si 500 caballos son el valor de una medida de arroz, ¿Cuál es
el valor de esa medida de arroz?”
El necio respondió:
“Es el valor de todo Benarés, con sus suburbios.”
Así podemos saber
que, tras haber valorado primero 500 caballos en una medida de arroz, para
complacer al rey; después fue sobornado por el proveedor de caballos para que
determinara que el valor de esa medida de arroz era el de toda la ciudad de
Benarés, junto con sus suburbios, ¡Y eso aunque la longitud de las murallas de
Benarés era de doce leguas, mientras que la ciudad y sus suburbios tenían tres
leguas de perímetro!¡Y no obstante el necio valoró toda esta vasta ciudad y sus
suburbios en una sola medida de arroz!
[126] Después de oír
esto, los ministros aplaudían y reían alegremente, mientras decían en burla:
“Nosotros solíamos pensar que el valor de la tierra y del reino estaba más allá
de cualquier precio, ¡Pero ahora sabemos que el valor de todo el reino de
Benarés, junto con su rey, es solo una única medida de arroz! ¡Qué talento
tiene el tasador! ¿Pero, cómo puede haber retenido su puesto durante tanto
tiempo? Pero realmente, nuestro tasador complace a nuestro rey admirablemente.”
Entonces el
bodhisatva repitió esta estrofa:
“Alguien pregunta cuánto vale una medida de arroz.
¿Por qué? Porque valiendo todo Benarés, lo de dentro y
fuera;
Resulta extraño decir que también 500 caballos
Son precisamente el valor de esa misma medida de
arroz.”
Esto hizo que
sintiera vergüenza, y entonces el rey despidió al necio, reponiendo de nuevo al
bodhisatva en el puesto. Y cuando el tiempo de su vida se agotó, el bodhisatva
murió para recibir de acuerdo a sus méritos.
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