Monjes, en otra ocasión,
cuando el príncipe hubo crecido un poco más, fue a visitar una aldea agrícola
con los hijos de los ministros y con algunos otros niños. Después de haber
estado viendo la aldea, fue hasta una arboleda que estaba situada al final de
una tierra de labor que estaba siendo labrada. Completamente solo, el
bodhisatva iba de aquí a allí sin rumbo, hasta que encontró un árbol jambu
hermoso y agradable de ver. El se sentó bajo la sombra del árbol de jambu con
sus piernas cruzadas; y estando sentado allí alcanzó la concentración en un
solo punto. [129]
Con su mente concentrada de
este modo, al estar libre de lo no virtuoso y de los oscurecimientos, el
alcanzó el primer nivel de concentración, que está acompañado por pensamiento y
análisis, y que es una meditación que está imbuida con la alegría y el placer
nacidos del discernimiento.
Entonces, firme en su
concentración, él puso fin a los pensamientos y análisis, y su mente quedó
perfectamente quieta. Como su mente estaba concentrada, el entró en el segundo
nivel de concentración, el cual está libre de pensamientos y de análisis, y que
está imbuido con la alegría y el placer nacidos de la absorción meditativa.
Sin experimentar ningún apego
a la alegría, permaneció en la ecuanimidad con atención mental e introspección,
y entonces experimentó placer físico. Consciente y sabedor, el experimentaba
gran placer físico. El se había establecido en el tercer nivel de
concentración, una ecuanimidad que es descrita por los Seres Nobles como:
“ecuánime, con gran atención mental, y gran confort.”
El ya había abandonado el
sufrimiento, y puesto que ahora también abandonó la sensación de confort,
desaparecieron las sensaciones mentales de placer y de tristeza. Así pues, el
se instaló en el cuarto nivel de concentración que es perfectamente puro, con
una ecuanimidad y consciencia que no están conectadas con el placer y el dolor.
Fue precisamente entonces
cuando cinco sabios no budistas, los cuales habían alcanzado los poderes
milagrosos y las cinco sabidurías superiores, pasaron volando por el cielo en
dirección norte. Sin embargo, cuando sobrevolaban esa arboleda, fueron
incapaces de ir más allá, y sintieron como si algo tirara de ellos hacia abajo.
Irritados, y con los vellos de su cuerpo erizados, pronunciaron los siguientes
versos:
“Nosotros
hemos cruzado sobre los diamantes y piedras preciosas
De
la alta y extensa cumbre del Monte Meru,
Tan
fácilmente como los elefantes derriban
Una
arboleda de mangos jóvenes.
Elevándonos
en el cielo hemos sobrevolado
Las
residencias de yaksas y gandharvas;
Incluso
sobre la propia ciudad de los dioses,
Pero
llegando a esta densa arboleda, perdemos nuestros poderes.
¿Qué
gran poder obstruye nuestra magia?”[130]
Entonces la diosa que
habitaba en esa arboleda dirigió a los sabios este canto:
“El
hijo del rey de los Sakyas,
Descendiente
de la familia de un rey de reyes,
El
Señor del Mundo, el Conocedor con una cara como la Luna,
Aquel
con el lustroso color de un loto en plena floración,
Y
quien brilla con el fulgor del Sol naciente,
Ha
entrado en esta arboleda
Y
se ha entregado plenamente a la meditación;
Los
dioses, los gandharvas, los reyes de los nagas,
Y
los yaksas, todos ellos le rinden respeto.
Puesto
que su mérito ha crecido enormemente
A
través de cientos de miríadas de vidas,
Su
poder supera en mucho
A
vuestros poderes sobrenaturales.”
Mirando bajo ellos, vieron al
joven príncipe brillando con majestad y radiando con esplendor, y pensaron:
“¿Quién es el que está sentado allí? ¿Pudiera ser Vaisravana, el dios de la
riqueza? ¿O acaso es Mara, el Señor del deseo, o quizás el señor de los
mahoragas? ¿Pudiera ser Indra, quien porta el rayo; o Rudra el señor de los
kumbhāndas; o
Krishna, el poderoso? ¿Es la Luna, o quizá el Sol con sus mil rayos? ¿Pudiera
ser un monarca universal?”
Y entonces ellos pronunciaron
los siguientes versos:
“Con
un cuerpo semejante a Vaisravana,
Este
tiene que ser Kubera, ¿O quizá sea Rahu,
O
quizá sea el que porta el rayo?
¿Quizá
pueda ser Kama, el señor del deseo?
El
también tiene un parecido a Krishna,
Pero
puesto que es tan majestuoso,
Con
grandes signos marcando su cuerpo,
Quizá
sea un Buda inmaculado.”
Entonces la diosa de la
arboleda se dirigió a los sabios con los siguientes versos:
“Todo
el esplendor de pueda haber en Vaisravana,
En
Sahesrekșana, o
en los Cuatro Guardianes del Mundo,
Toda
la majestad perteneciente al señor de los asuras,
O
a Brahma, el Señor de Sahā,
o a Krishna,
Son
minúsculos en comparación con el del hijo de los Sakyas.”
Cuando ellos oyeron las
palabras de la diosa, descendieron al suelo, y vieron al bodhisatva
completamente establecido en la meditación, con su cuerpo inmóvil y refulgiendo
con una gran luz. Entonces ellos lo alabaron con estos versos:
Uno de ellos dijo:
“En
un mundo abrasado debido al fuego de las pasiones
Ha
aparecido un lago de liberación.
El
obtendrá el Dharma,
Y
así refrescará al mundo.”
Otro de ellos dijo:
“En
un mundo oscurecido por la ignorancia,
Ha
aparecido una antorcha de liberación.
El
obtendrá el Dharma,
Y
así iluminará a todos los seres.”
Otro dijo:
“En
la difícil travesía del océano del sufrimiento,
Ha
aparecido el mejor de los barcos.
El
obtendrá el Dharma,
Y
llevará a los seres a la otra orilla.”
Otro dijo:
“Para
aquellos encadenados por las cadenas de las emociones aflictivas
Ha
aparecido el libertador.
El
obtendrá el Dharma,
Y
liberará a todos los seres.”
Otro dijo:
“Para
aquellos atormentados por la vejez, la enfermedad, y la muerte,
Ha
aparecido el mejor de los médicos.
El
obtendrá el Dharma,
Y
los liberará del nacimiento y la muerte.”
Una vez que los sabios
hubieron alabado al bodhisatva con estos versos, lo circunvalaron por tres
veces, y entonces partieron a través de los cielos.
El Rey Suddhodana no veía al
bodhisatva. Inquieto por su ausencia, preguntó: “¿Dónde ha ido el niño? No lo
veo.”
Entonces un gran número de
personas comenzó a correr buscándolo; [132] finalmente uno de los ministros vio
al bodhisatva sentado con las piernas cruzadas, en profunda meditación, a la
sombra del árbol de jambu. Aunque con el paso del día la sombra de los árboles
había cambiado, la sombra del árbol de jambu no se había apartado del cuerpo
del bodhisatva. Viendo esto, el ministro estaba lleno de asombro. Lleno de
alegría y satisfacción, estaba extasiado. Yendo rápidamente, en un estado de
júbilo, se dirigió hacia el Rey Suddhodana, y le dirigió estos versos:
“¡Mirad,
Su Majestad! Este niño está entregado a la meditación
A
la sombra de un árbol de jambu.
El
brilla con gloria y esplendor,
¡Lo
mismo que Sakra y Brahma!
La
sombra del árbol no se mueve,
Se
ha quedado en su lugar,
Dando
cobijo a quien posee los mejores de los signos,
Al
más grande entre los hombres,
Sentado
bajo él, sumido en profunda meditación.”
Cuando el Rey Suddhodana se
aproximó el árbol de jambu, y vio al bodhisatva brillando con esplendor y
majestad, el pronunció este verso:
“Allí
está sentado, como un fuego ardiendo en la cumbre de una montaña,
Como
la Luna rodeada por grupos de estrellas.
Todo
mi cuerpo tiembla viéndolo sumido en profunda meditación,
Brillando
como una lámpara resplandeciente.”
Y postrándose a los pies del
bodhisatva, recitó estos versos:
“¡Sabio!
Lo mismo que me postré ante ti cuando naciste,
Ahora
que te veo resplandeciente y en profunda meditación,
Me
postro por segunda vez a tus pies,
¡Oh,
Guía! ¡Oh Protector!”
En aquel mismo momento,
algunos niños pasaron por allí tirando de una pequeña silla, y causando un
cierto alboroto. Entonces los ministros les dijeron: “¡Estaros quietos!
¡Estaros quietos!”
Los muchachos preguntaron:
“¿Por qué?”
Y los ministros respondieron:
“Aunque el Sol en su recorrido ha cambiado su posición, la sombra del árbol no
se ha movido del Príncipe Siddhartha-quien posee las marcas de virtud más
sublimes y elevadas, y que es brillante como el cielo-pues él está meditando
practicando la concentración, inamovible como una montaña.” [133]
Sobre este particular se
dice:
“Había
pasado la primavera,
Y
ya había llegado el primer mes de verano
En
el que las flores brotaban y florecían;
Y
en el que los sonidos de las grullas,
Pavos
reales, loros, y pajaros myna resonaban por doquier,
Cuando
los hijos de los Sakya salieron en gran número.
Chandaka,
rodeado por los otros chicos, dijo al joven príncipe:
“¡Vayamos
fuera! ¡Vayamos a ver los bosques y arboledas!
¿Por
qué permanecer dentro de nuestras casas como si fuéramos brahmines?
¡Convoquemos
a nuestros amigos, y llamemos también a algunas chicas!”
Así
que en torno al mediodía, el Ser Perfecto,
Rodeado
por quinientos jóvenes
Se
dirigió a la aldea agrícola
Sin
haberlo notificado ni a su padre, ni a su madre.
Viendo
a los granjeros trabajando en los campos,
Y
movido por el sufrimiento, el bodhisatva exclamó:
“¡Cuánta
miseria hay en todo lo compuesto!
Es
causa de incontable sufrimiento.”
Ahora
bien, en la aldea había un árbol de jambu
Que
tenía un ramaje profuso.
El
se aproximó a la sombra del árbol de jambu,
Con
la mente bien disciplinada.
Allí
reunió algo de hierba, y preparó un asiento para él.
Sentándose
con las piernas cruzadas y el cuerpo erguido,
Comenzó
meditar y profundizó su concentración
Inmerso
en la virtud de los cuatro niveles de concentración[3]. [134]
Viajando
a través de los cielos,
Cinco
sabios pasaban sobre el árbol de jambu,
Cuando
se vieron imposibilitados de ir más allá.
Dejando
de lado su impaciencia y orgullo,
Estuvieron
de acuerdo en investigar:
“Nosotros
hemos pasado rápidamente sobre el Monte Meru,
El
rey de los montes, y sobre las cordilleras circundantes sin ningún impedimento.
Sin
embargo, somos incapaces de ir más allá de este árbol de jambu,
¿Cuál
puede ser la causa?”
Descendieron
y pusieron pie en tierra,
Donde
vieron al bodhisatva, el Hijo de los Sakya.
Estaba
sentado al pie de un árbol de jambu,
Con
las piernas cruzadas, sumido en profunda meditación,
Brillando
con el esplendor del oro del rio Jambu.
Sorprendidos,
ellos juntaron sus manos sobre sus cabezas,
Y
le rindieron homenaje, postrándose a sus pies con las manos juntas.
Dijeron:
“Ser Excelente, Bien Nacido,
Quien
causa la mayor felicidad en el mundo,
¡Que
rápidamente puedas alcanzar el estado de un Buda,
Y
llevar a todos los seres a la inmortalidad!”
El
Sol se había movido, pero no la sombra del árbol;
Esta
no se había apartado del cuerpo del Ido al Gozo,
Pues
el mejor de los árboles había postrado sus ramas
Como
una hoja de loto;
Y
miles de dioses, con las manos juntas en señal de reverencia,
Se
postraron a los pies de aquel dotado de una resolución inquebrantable.
Suddhodana,
buscando por todo el palacio,
Preguntó
por su hijo, y la tía replicó: [135]
“Yo
he buscado por todos los sitios, pero no puedo encontrarlo,
¡Oh
Rey!, tenemos que saber dónde ha ido el joven príncipe.”
Rápidamente
el Rey Suddhodana preguntó a los sirvientes,
Frenéticamente
preguntó también al portero,
Y
también a otros residentes en el palacio:
“¿Alguien
ha visto marchar a mi hijo?”
Entonces
alguien dijo: “Su Majestad,
El
Supremo ha ido hasta la aldea agrícola.”
El
rey salió a toda prisa, con los Sakyas a su lado,
Y
pronto tuvieron a la vista al Príncipe
Sobre
una pequeña colina en la aldea agrícola.
Y
así él vio, brillante y majestuoso,
Con
el fulgor de miríadas de soles nacientes,
A
aquel que viene a ayudar a todos los seres.
El
rey cogió las insignias de su realeza,
La
corona, la espada, y los zapatos.
El
rey saludó al príncipe con las manos juntas sobre su cabeza,
Y
dijo: “Si, los eminentes sabios hablan elocuentemente y la verdad,
El
joven príncipe abandonará el hogar
Para
alcanzar la Suprema Iluminación.”
Se
aproximaron doce mil dioses llenos de devoción,
Y
también quinientos jóvenes Sakyas.
Viendo
los poderes milagrosos del Ido al Gozo,
Ese
océano de virtudes, y esa firme resolución,
En
ellos se generó el pensamiento de la Perfecta Iluminación.
Sacudiendo
el suelo de todos los tres mil mundos,
El
bodhisatva surgió de su meditación con una profunda consciencia.
Entonces,
el Refulgente se dirigió a su padre con la voz de Brahma:
“¡Oh,
padre! Si uno ara en el campo de la mente, ya no busca otra cosa.
Si
alguien busca oro, uno puede hacer que caiga una lluvia de oro.
Si
alguien busca vestimenta, uno puede ofrecer vestidos.
Si
alguien busca grano, uno puede hacer que el
grano surja a raudales.
¡Señor
de los Hombres, aplica esto a todos!”
Tras
haber instruido a su padre y a su séquito con gran autoridad,
El
Perfecto retornó a la mejor de las ciudades,
Y
conforme a la costumbre, permaneció en la ciudad.
Pero
su mente estaba ocupada pensando en abandonar el hogar.
Esto concluye el Capítulo Once, sobre “La visita a la aldea
agrícola.”