CAPÍTULO CATORCE: Los sueños.
Monjes,
mientras el hijo de los dioses estaba animando de esta forma al bodhisatva, el
Rey Suddhodana tuvo un sueño. Cuando estaba durmiendo, el rey Suddhodana soñó
que el bodhisatva abandonaba el palacio en la tranquilidad de la noche, [186]
rodeado por una multitud de dioses. Una vez que el bodhisatva hubo abandonado
el palacio, el Rey Suddhodana vio que se había ordenado y que había vestido los
hábitos azafranados de un monje.
Tan pronto
como el rey se despertó, llamó inmediatamente al chambelán y le preguntó.
“¿Está el joven príncipe con las consortes?”
El
chambelán contestó: “Si, Su Majestad.”
Sentado en
las habitaciones de las mujeres, el Rey Suddhodana pensó para sí: “Entonces el
joven príncipe seguramente nos abandonará pronto, tal como indican esos
presagios.” Como un dolor agudo se clavó en su corazón, el comenzó a urdir un
plan: “Mi joven príncipe no ha de posar tan siquiera un pie en los jardines de
palacio. Tiene que quedarse siempre dentro, con las mujeres, de forma que se
haga adicto a sus placeres. ¡No ha de abandonarnos nunca!”
Entonces,
y para disfrute del joven príncipe, el Rey Suddhodana edificó tres palacios,
uno para cada una de las estaciones-la cálida, la de las lluvias, y la fría. El
Palacio de la Estación Cálida era muy fresco; el Palacio de la Estación
Lluviosa era a la vez fresco y cálido; y el Palacio de Invierno era
naturalmente cálido. En cada palacio había quinientos guardias que subían y
bajaban las escaleras. Mientras descendían y subían las escaleras, sus anuncios
podían ser oídos a una distancia de media legua. Todos pensaban: “El joven
príncipe nunca será capaz de marcharse sin que sea notado.”
No
obstante, todos los astrólogos y adivinos seguían haciendo la misma predicción,
diciendo: “El joven príncipe se marchará a través de la Puerta
Auspiciosa.”Entonces el rey dispuso unas pesadas puertas en la Puerta
Auspiciosa, tan grandes y pesadas que eran necesarios quinientos hombres para abrir
cada una de ellas. Los anuncios de estos quinientos hombres podían ser oídos a
media legua de distancia. El rey preparó los palacios con las cinco cosas
deseables, las cuales nunca habían sido vistas antes. En torno al bodhisatva
siempre había jóvenes doncellas que tocaban instrumentos, cantaban, y danzaban
para él.
Monjes, en
aquel tiempo el bodhisatva dijo a su conductor: “Quiero ir a los jardines, así
que prepara rápidamente mi carro.”
Pero el
auriga fue al Rey Suddhodana [187] y le dijo: “Su Majestad, el joven príncipe
desea visitar los parques.”
Cuando el
Rey Suddhodana oyó esto, pensó: “Mi joven príncipe no ha estado nunca en los
parques para disfrutar sus bellos suelos. Sin embargo, si le permito visitar
los jardines, el joven príncipe tiene que estar rodeado de mujeres. De ese modo
podrá disfrutar realmente los deleites del amor, y con total seguridad no nos
abandonará.”
Puesto que
el Rey Suddhodana sentía tanto amor hacia el bodhisatva y quería complacerlo,
el despachó heraldos haciendo sonar campanillas, que hicieron el siguiente
anuncio entre las gentes de la ciudad: “Dentro de siete días el joven príncipe
visitará los terrenos de las arboledas de recreo. Deberéis de aseguraros de que
el joven príncipe no vea nada que sea desagradable, así que poned especial
cuidado en que todo lo que no sea hermoso esté retirado, y que todo lo que sea
bonito y agradable para los sentidos, sea traído.”
Entonces,
de acuerdo con esto, al séptimo día, toda la ciudad estaba bellamente adornada.
Los parques también estaban adornados con toldos de tela de diversos colores, y
también con parasoles, banderas, y estandartes. La carretera por la que debería
de desplazarse el bodhisatva había sido rociada y barrida, rociada con agua
perfumada, y en ella se habían esparcido pétalos de flores frescas. Había
quemadores de incienso que dispensaban humo fragante, y a lo largo del camino
habían sido colocados vasos, y se habían plantado plataneros. La carretera
recibía la sombra de toldos hechos de sedas multicolores, y estaba engalanada con redes de pequeñas
campanillas, y de guirnaldas decorativas, y borlas. A lo largo de la ruta
también habían sido dispuestos miembros de los cuatro cuerpos de ejército; y
los componentes del séquito estaban muy atareados adornando a las consortes del
joven príncipe.
En medio
de toda esta actividad, mientras el bodhisatva estaba saliendo a través de la
puerta Este de la ciudad, en su camino hacia los parques, a través del poder
del bodhisatva, los hijos de los dioses de las moradas puras emanaron un hombre
anciano en medio del camino. Era un hombre anciano y decrépito, tan delgado,
que las venas de su cuerpo sobresalían. Había perdido sus dientes, [188] y
estaba cubierto de arrugas por todas partes. Sus cabellos eran grises, y estaba
tan encorvado como las vigas de un tejado de doble vertiente. Débil y
estropeado, tenía que utilizar un bastón para no caerse. Estaba dolorido, y su
vitalidad hacía tiempo que se había ido. Los únicos sonidos que emergían de su
cuello era una respiración jadeante. Estaba de pie allí, en la carretera, con
el peso de la parte superior de su cuerpo sostenida por su bastón, y todos sus
miembros estaban estremeciéndose y temblando.
Cuando el
bodhisatva vio al hombre, él preguntó a su auriga lo siguiente, aunque él ya
conocía la respuesta:
“¡Auriga!
¿Quién es ese hombre decrépito?
Está
tan débil, demacrado, y tembloroso;
Su
cabeza es de color gris, sus dientes son pocos y ralos, y su cuerpo es muy
delgado;
Cogiendo
su bastón, se balancea de lado a lado incómodo.”
El conductor
replicó:
“Su
Alteza, ese hombre está vencido por la vejez;
Sus
sentidos son débiles, su sufrimiento grande, y su fuerza y energía se han
perdido.
Sus
parientes lo desprecian, y nadie cuida de él;
Incapaz
de trabajar, ha sido abandonado como un pedazo de madera en el bosque.”
Entonces
el bodhisatva preguntó:
“¿Es
esa una práctica específica de su familia,
O
es algo que puede sucederle a cualquiera?
¡Rápido,
dime la verdad!
Entonces
yo reflexionaré sobre lo oído.”
El auriga
contestó:
“Su
Alteza, esa no es una práctica propia de su casta o de su estado;
En
todos los seres la vejez vence a la juventud. [189]
Incluso
vuestro padre, madre, amigos, y parientes
No
están libres de la vejez; ni tampoco lo está ninguna otra clase de personas.”
Entonces
el bodhisatva comentó:
“¡Auriga!
¡Qué triste, los seres pueriles e ignorantes no ven la vejez;
Son
orgullosos y alocados, como en su juventud!
¡Retornemos
ahora, rápido, da vuelta a mi carro!
Si
también yo he de hacerme viejo, ¿Cómo puedo disfrutar y participar en los
juegos?”
Así que el
bodhisatva dio vuelta a su hermoso carruaje, y retornó a la ciudad. Sin
embargo, monjes, una temporada más tarde, mientras el bodhisatva se dirigía a
los parques a través de la puerta sur de la ciudad, también acompañado por una
gran comitiva, vio en la carretera a un hombre que sufría debido a la
enfermedad. Su cuerpo estaba débil, y estaba experimentando un gran sufrimiento,
mientras yacía revolcándose en sus propias orina y heces. No había nadie que lo
cuidara o asistiera, y estaba respirando con la mayor dificultad. Cuando el
bodhisatva vio a este hombre se giró hacia el conductor, y le preguntó lo
siguiente, aunque él ya conocía la respuesta:
“Auriga,
el cuerpo de ese pobre hombre está cubierto de llagas, y descolorido;
Sus
sentidos son débiles, está impedido, y respira con dificultad.
Está
muy flaco, su vientre está convulsionado, y sufre muchísimo;
Está
acostado sobre sus propios excrementos, y en un estado repugnante.”
El
conductor replicó:
“Su
Alteza, ese hombre está gravemente enfermo;
Afrontando
ahora los terrores de la enfermedad, ahora él está al borde de la muerte.
El
esplendor de su pasada salud ha desaparecido, y ha perdido su fuerza.
No
tiene protección, refugio, o santuario, y ningún sitio donde ir.” [190]
Entonces
el bodhisatva exclamó:
“La
salud es solo como un juego en un sueño.
¿Qué
persona sabia, habiendo sido testigo
De
los insoportables terrores de la enfermedad
Tendría
una visión positiva de los juegos?”
Y así,
monjes, una vez más, el bodhisatva dio vuelta a su hermoso carruaje, y retornó
a la ciudad. Sin embargo, monjes, un tiempo más tarde, mientras el bodhisatva
se dirigía hacia los parques a través de la puerta oeste de la ciudad,
acompañado por una gran comitiva, vio en la carretera a un hombre muerto que
había llegado a su fin. El cadáver estaba colocado en una angarilla, y estaba
cubierto por un paño de algodón. Estaba rodeado por un grupo de familiares que
gemían, lloraban, y se lamentaban. Mientras seguían al difunto, se tiraban de
los cabellos, arrojaban polvo sobre sus cabezas, golpeaban su pecho, y se
lamentaban en voz alta.
Cuando vio
esto, el bodhisatva se giró hacia su conductor, y le preguntó lo siguiente,
aunque él ya conocía la respuesta:
“¡Auriga!
¿Quién es ese hombre llevado en angarillas?
Las
otras personas lo han seguido, y lo hacen tirándose de los cabellos,
Arañando
sus caras con las uñas de sus dedos,
Arrojando
polvo sobre sus cabezas, golpeándose el pecho, y llorando de dolor.”
El auriga
contestó:
“Su
Alteza, este hombre ha muerto en Jambudvīpa.
Ya
no volverá a ver nunca a sus padres, esposa, o hijos;
Tiene
que dejar sus posesiones, casa, amigos, y parientes.
Y
se dirige al otro mundo, donde nunca volverá a ver a sus familiares.” [191]
Entonces
el bodhisatva exclamó:
“¡Qué
triste que la vejez destruya la juventud!
¡Qué
triste que la salud sea destruida por las enfermedades!
¡Qué
triste que la vida de un hombre sabio no dure mucho!
¡Qué
triste que los eruditos estén atados al placer!
Incluso
si no existieran enfermedad, vejez, o muerte,
Los
cinco agregados acarrearían gran cantidad de sufrimiento.
¿Qué
decir de la enfermedad, vejez, y muerte, las cuales siempre vienen juntas?
¡Bien,
volvamos! Pensaré en como liberarse de este estado.”
Y así,
monjes, una vez más el bodhisatva ordenó dar la vuelta a su hermoso carro, y
retornó a la ciudad.
Monjes,
algo más tarde, mientras el bodhisatva se dirigía hacia los parques a través de
la puerta norte de la ciudad, a través del poder del bodhisatva, los hijos de
los dioses emanaron a un monje en la carretera por la que estaban pasando. El
bodhisatva vio al mendicante, y se dio cuenta de que estaba lleno de paz, auto
controlado, y reservado. Tenía una conducta pura, y sus ojos no vagaban
extraviados, sino que miraban al frente
y hacia el suelo, a una distancia de unos tres metros. Su comportamiento
era bello y exquisito, lo mismo que su manera de andar. Cuando doblaba y
extendía sus miembros, lo hacía de forma exquisita. La forma en la que portaba
sus hábitos y el bol de mendigar era deliciosa de ver. Cuando el bodhisatva vio
a este monje, se giró hacia el conductor, y le preguntó lo siguiente, aunque él
ya conocía la respuesta:
“¡Auriga!
¿Quién es esa persona tan calmada y llena de paz?
Anda
con sus ojos fijos en el suelo, a una distancia de tres metros. [192]
Sus
hábitos son de color azafrán, y sus acciones están llenas de paz;
Lleva
su bol de mendigar, y no es autoritario o altivo.”
El
conductor replicó:
“Su
Alteza, esa persona es lo que nosotros llamamos “un monje”;
Él
ha abandonado los disfrutes sensuales, y ahora actúa de una manera muy dulce.
Se
ha convertido en un mendicante que busca la paz;
Libre
del apego y del rechazo, vive de la limosna.”
El
bodhisatva dijo:
“Lo
que dices es realmente cierto, y estoy de acuerdo con ello.
Los
sabios siempre alaban la vida del monje.
Esa
forma de vida es beneficiosa para uno, y también ayuda a otros.
Es
una vida feliz que da como resultado el néctar dulce de la inmortalidad.”
Y así,
monjes, una vez más, el bodhisatva dio vuelta a su hermoso carro, y volvió a la
ciudad.
Monjes, al
Rey Suddhodana vio a ambos, y oyó que el bodhisatva había sido inspirado de
esas formas. Así que para guardar al bodhisatva aún más, hizo levantar un muro
perimetral en torno al palacio, cavó trincheras, y fortaleció las puertas.
También apostó guardias, puso en alerta a sus bravos soldados, e incluso
preparó la caballería. Todos ellos vestían armadura. Para guardar al
bodhisatva, situó una división completa del ejército en cada una de las cuatro
puertas de la ciudad para mantener la vigilancia día y noche, y se les dijo que
debían de impedir la fuga del bodhisatva. En las habitaciones de las mujeres
del bodhisatva dispuso que siempre hubiera alguien [193] que estuviera
continuamente cantando y tocando música, de forma que no parara ni un solo
instante. El les dijo: “¡Tenéis que poner todo vuestro conocimiento en los
placeres y los juegos del amor! Utilizad todos vuestros ardides femeninos y sed
constantes para con el joven príncipe, de forma que cuando su mente se llegue a
apegar a vosotras, él no quiera marcharse para recibir la ordenación.”
Con
respecto a este tema, de dice:
“A
las puertas de la ciudad hay hombres amantes del combate, blandiendo sus
espadas;
Hay
elefantes, caballos, carros, y hombres con armaduras sobre filas de elefantes;
Habían
sido cavados fosos, y erigidos altos muros y pasadizos con sus torres;
Las
puertas eran tan sólidas que su sonido podía ser oído a kilómetros de
distancia.
Todos
los Sakyas estaban alerta, y se mantenían vigilantes día y noche;
Por
todas partes se oía el ruido del poderoso ejército.
La
cuidad está convulsa y llena de gritos aterrados: “¡Que no se marche el gentil!
¡Si
se marcha el detentador del linaje de los Sakya, su linaje real se romperá!”
A
las mujeres se les dijo: “Nunca deberéis de finalizar vuestras canciones y
música;
Tenéis
que lograr que se quede, así que cautivad su mente con vuestros juegos
amorosos;
Mostrad
todos vuestros ardides femeninos, y esforzaros en ello;
Vigiladlo,
y cread obstáculos para que el Ser Dulce no se marche.”
Estos
son los augurios que predicen la partida del Mejor de los Conductores:
“Los
cisnes, grullas, pavos reales, mynas, y loros no hacían el menor ruido.
Se
posaban en las terrazas, en las ventanas de palacio, en puertas, parapetos, y
pedestales;
Deprimidos,
infelices, y miserables, con sus cabezas colgando, se quedan en silencio.
En
los estanques y las charcas, los hermosos lotos se marchitan y mueren; [194]
Desaparecen
el follaje y las flores en los árboles, y ya no florecen más;
Las
cuerdas de laudes y sítares se rompen sin razón aparente.
Los
tambores grandes y pequeños se rompen cuando son tocados, y no emiten sonidos.
La
ciudad entera está perturbada y vencida por la somnolencia;
Nadie
siente deseos de cantar, bailar, o hacer el amor.
Incluso
el rey está fuertemente deprimido, y dado a la melancolía.
Se
pregunta: “¿Acaso el linaje Sakya, tan afortunado, puede ser destruido ahora?”
Cómo
Gopā y el príncipe están acostados durmiendo en la misma cama,
En
el medio de la noche, Gopā tuvo un sueño.
Ella
soñó que el mundo entero, con sus montañas, era sacudido;
Los
árboles eran volteados por el viento, y desarraigados, caían al suelo.
El
Sol, la Luna, y las estrellas que los adornaban, caían al suelo.
Ella
vio su cabello cortado con su mano derecha, y su diadema destruida en pedazos.
Sus
manos y pies eran cortados; y se veía desnuda.
Su
collar de perlas y las joyas en su corsé, se rompían y caían.
Las
cuatro patas de su cama se quebraban, y terminaba acostándose en el suelo.
Las
hermosas y espléndidas empuñaduras de los parasoles reales estaban rotas;
Todos
sus bellos adornos se caían, y eran arrastrados y llevados por el agua.
Los
adornos, ropas, y la corona de su marido estaban esparcidos sobre su cama.
Las
antorchas fueron llevadas fuera de la ciudad, y esta se quedó en la oscuridad.
Las
hermosas celosías enjoyadas que ella vio en su sueño, estaban rotas.
Las
borlas de perlas se caían, y el océano estaba agitado.
Ella
sueña que el Monte Meru, la reina de las montañas, se estremece en su base.
[195]
Estos
son los sueños que tiene la hija de los Sakya.
Cuando
se despierta con los ojos llenos de lágrimas, pregunta a su esposo:
“Señor,
¿Qué va a sucederme? ¡Dime cuál es el significado de esos sueños!
Mi
recuerdo está confuso, y no puedo ver claramente. ¡Mi corazón está dolido!”
El
Señor contestó a Gopā con una voz tan dulce como el ruiseñor, un tambor, o
Brahma:
“¡Querida!
Nada malo te espera.
Solo
los seres que han creado mérito previamente tienen esos sueños.
La
gente que ha acumulado causas para el sufrimiento, no puede tener esos sueños.
Cuando
sueñas que la tierra tiembla,
Y
que las montañas se derrumban,
Significa
que los dioses, nagas, rāksasas, y bhūtas
Te
han situado como la más digna de entre aquellos que han de ser venerados.
Cuando
sueñas que los árboles son desarraigados,
Y
puedes cortar tus cabellos con tu mano derecha,
Significa
que tú, Gopā, pronto cortarás la maraña de las aflicciones,
Y
que te liberarás de la red de la visión de los fenómenos condicionados.
Cuando
sueñas que el Sol y la Luna se caen al suelo,
Y
que las estrellas también se caen,
Significa
que tú, Gopā, pronto vencerás al enemigo de las emociones aflictivas,
Y
que te harás digna de las ofrendas y alabanzas del mundo.
Cuando
sueñas que tu collar de perlas se rompe,
Y
que estás desnuda, y tu cuerpo es mutilado,
Significa
que tú, Gopā, abandonarás pronto tu cuerpo femenino,
Y
que obtendrás rápidamente un cuerpo masculino.
Cuando
sueñas que se han roto las patas de tu cama,
Y
que las empuñaduras preciosas de los parasoles se rompen,
Significa
que tú, Gopā, cruzarás rápidamente los cuatro ríos,
Y
me verás como el único parasol para todos los Tres Reinos.
Cuando
sueñas que tus joyas son arrastradas por el agua,
Y
que todas mis ropas y mi corona son abandonadas en mi trono,
Significa
que tú, Gopā, rápidamente me verás adornado con las marcas,
Y
recibiendo las alabanzas del mundo entero.
Cuando
sueñas que billones de luces
Abandonan
la ciudad y se hunden en la oscuridad,
Significa,
Gopā, que pronto yo iluminaré con la luz de la sabiduría el mundo entero,
El
cual está afectado por el engaño, y en la oscuridad de la ignorancia. [196]
Cuando
sueñas que se rompe tu collar de perlas,
Y
que tu bella cadena de oro se rompe,
Significa
que tú, Gopā, cortarás rápidamente la maraña de las aflicciones,
Y
que eliminarás las conceptualizaciones que te encadenan.
Gopā,
puesto que tú me rindes homenaje,
Y
siempre me haces ofrendas con el mayor de los respetos,
Tú
nunca irás a los destinos desafortunados o te encontrarás con el sufrimiento;
Y
pronto obtendrás felicidad y fortuna.
En
el pasado yo hice abundantes ofrendas;
Guarde
la disciplina moral y practiqué la paciencia;
Por
ello, quien tiene fe en mí,
Conseguirá
felicidad y fortuna.
En
la existencia cíclica, durante un número ilimitado de millones de eones,
Yo
me he entrenado en el sendero perfecto que lleva a la Iluminación;
Por
tanto, quien tiene fe en mí
Se
verá libre de los tres destinos desafortunados.
¡Así
que se feliz y no te deprimas!
¡Siente
plena y dichosa!
Tú
obtendrás pronto la felicidad y la fortuna.
Gopā,
teniendo esos buenos augurios, ¡Acuéstate, y duerme!
Aquellos
que están alimentados por el esplendor del mérito, y que portan mérito en sus
corazones,
Verán
signos maravillosos en sueños;
Los
cuales les suceden a los seres supremos, quienes han acumulado raíces de
virtud,
Cuando
llega el momento en el que abandonan su hogar.
Esos
seres sueñan que las aguas en los cuatro grandes océanos
Son
agitadas con los golpes de sus manos y pies;
Todo
el mundo se convierte en su cama,
Y
su almohada es la reina de las montañas.
En
sus sueños ve una luz brillante
Que
disipa la oscuridad del mundo.
Del
suelo emerge un parasol que llega a cubrir los Tres Reinos.
Tocada
por esta irradiación, desaparece la miseria de aquellos que sufren.
En
sus sueños cuatro animales blancos y negros lamen sus pies;
Pajaros
de cuatro colores se vuelven de uno solo.
El
asciende una horrenda y repulsiva montaña de excrementos,
Y
sin embargo tiene éxito, y permanece libre de manchas.
En
su sueño ve ríos crecidos,
Y
a muchos billones de seres siendo arrastrados.
Construyendo
un barco se salva a sí mismo y a los otros,
Los
lleva a la mejor de las orillas, la que está libre de miedos y sufrimiento.
El
ve además a muchos seres golpeados por la enfermedad,
Gente
en quienes falta la salud y el esplendor, cuya fuerza es escasa;
El
se convierte en un médico dispensador de medicinas diversas,
Que
cura a multitudes de seres de muy diferentes enfermedades.
El
se sienta sobre un trono de león en la montaña central,
Sus
estudiantes juntan las palmas de sus manos, y todos los dioses lo veneran.
Se
ve victorioso en medio de la batalla,
Con
los inmortales en el cielo alabándolo con voces de gozo.
Esos
signos fueron vistos en sueños por el bodhisatva,
Y
vio el completamiento de su conducta virtuosa excelente.
Los
dioses y humanos que vieron esto estaban deleitados, y pensaron:
“¡El
se convertirá pronto en el dios de hombres y dioses!”
Esto concluye el Capítulo Catorce, sobre “Los sueños.”