domingo, 10 de junio de 2012

Jataka Nº 512 El Quinto Precepto (No Tomar intoxicantes) Kumbha Jataka.

Una vez, mientras el Buda permanecía en el Monasterio de Jetavana, en Savatthi, Visakha, que era una rica devota Budista, fue invitada por quinientas mujeres que ella conocía para  asistir a un festival que se celebraba en la ciudad.

Visakha les respondió: “Es un festival para beber. Y yo no bebo”

Ellas les respondieron: “Vale, sigue y hazle una ofrenda al Buda, que nosotras nos divertiremos en el festival”

A la mañana siguiente, Visakha sirvió al Buda y a la Orden de los Monjes en su propia casa, haciendo grandes ofrendas de los cuatro requisitos.

Esa tarde, ella se dirigió a Jetavana para ofrecerle al Buda incienso y hermosas flores, y para escuchar la enseñanza. Aunque las otras mujeres aún estaban bastante bebidas, la acompañaron. Incluso a la misma puerta del monasterio, ellas continuaron bebiendo. Cuando Visakha entró en el salón, ella se postró reverentemente ante el Buda, y se sentó respetuosamente a un lado. En cambio, sus quinientas acompañantes se comportaban de forma inapropiada. De hecho parecía que no sabían dónde se encontraban. Incluso estando frente al Buda algunas de ellas bailaban, otras cantaban, algunas daban tumbos borrachas, y algunas reñían entre sí.

Para inspirar un sentido de urgencia en ellas, el Buda emitió una radiación luminosa de color azul oscuro desde su entrecejo, y de repente todo se volvió oscuro. Las mujeres se sintieron aterrorizadas por el miedo a la muerte, e instantáneamente quedaron sobrias. Entonces el Buda desapareció de su asiento, y apareció de pie sobre la cumbre del Monte Meru. Desde el rizo de pelo blanco de su entrecejo emitió un rayo de luz tan brillante como si mil Lunas y Soles estuvieran brillando.

El Buda les instó: “¿Por qué os reis y disfrutáis, vosotras que siempre sois quemadas, y estáis rodeadas por la oscuridad?¿Por qué no buscáis la luz?”

Las palabras del Buda tocaron sus mentes, que ahora estaban receptivas, y las quinientas mujeres llegaron a “entrar en la corriente”.

Entonces el Buda retornó, y se sentó en su habitación. Visakha se postró ante él una vez más, y le preguntó: “Venerable Señor, ¿Cuál es el origen de esta costumbre de beber alcohol, el cual destruye la modestia de la persona y su sentido de la vergüenza?”

En respuesta a la pregunta de Visakha, el Buda le reveló esta historia de un lejano pasado.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Varanasi, un cazador llamado Sura se dirigió hacia el Himalaya desde su hogar, en Kasi, yendo en busca de un gamo. En aquella remota jungla, había un árbol singular, cuyo tronco crecía hasta la altura de un  hombre con sus manos levantadas sobre su cabeza. En ese punto se abrían tres ramas, y en medio de ellas quedaba formado un hueco del tamaño de un gran barril de agua. Cuando llovía, el hueco se llenaba hasta el borde de agua. Alrededor del árbol crecía un ciruelo amargo, un ciruelo agrio, y una viña de pimienta. La fruta madura de los ciruelos y la pimienta caía directamente en el agujero. Cerca de allí había un terreno en el que crecía el arroz silvestre. Los loros arrancaban las espigas del arroz, y se ponían a comerlo en el árbol. Alguna de las semillas caía dentro del agua. Bajo el calor del sol, el líquido en el hueco fermentaba, y llegaba a coger un color rojo sangre.

En la estación cálida, bandadas de pájaros sedientos iban allí a beber. Rápidamente quedaban intoxicados, intentaban elevarse haciendo espirales, solo para caer borrachos a los pies del árbol. Después de dormir un poco de tiempo, se levantaban y marchaban volando, gorgojando alegremente. Una cosa similar sucedía con los monos y otros animales que vivían en los árboles.

El cazador observó todo esto y se preguntó: “¿Qué habrá en el hueco de ese árbol? No puede ser veneno, porque si lo fuera, los pájaros y los animales morirían”.

El bebió algo del líquido, y se sintió intoxicado lo mismo que ellos. Al beber, sintió un fuerte deseo de comer carne. Encendió un pequeño fuego, rompió los cuellos de algunas de las perdices, aves, y de otras criaturas que estaban en el suelo inconscientes al pie del árbol, y los asó sobre las ascuas. Borracho, él gesticulaba con una mano, mientras que con la otra atiborraba su boca.

Mientras estaba comiendo y bebiendo, el recordó a un ermitaño llamado Varuna que vivía cerca de allí. Deseando compartir su descubrimiento con el ermitaño, Sura llenó un tubo de bambú con el licor, envolvió algo de la carne asada, y se dirigió hacia la cabaña de ramas del ermitaño. Tan pronto como llegó, le ofreció al ermitaño algo del brebaje, y ambos comieron y bebieron con gran placer.

El cazador y el ermitaño se dieron cuenta de que esta bebida podría ser la forma de hacer fortuna. Lo metieron dentro de largos tubos de bambú, que llevaban balanceándose en los extremos de unos palos que llevaban sobre sus hombros, y lo llevaron a Kasi. Desde el primer punto de control fronterizo ellos enviaron un mensaje al rey diciendo que los elaboradores de bebida habían llegado. Cuando estuvieron reunidos, cogieron el alcohol y se lo ofrecieron al rey. El rey tomó dos o tres copas, y llegó a estar intoxicado. Después de unos pocos días, él ya había consumido todo lo que los dos hombres habían llevado, y preguntó si quedaba algo más.

“Sí, Señor” contestaron.

¿Dónde?” preguntó el rey.

“En los Himalayas”

“¡Id y traedlo!” ordenó el rey.

Sura y Varuna volvieron de nuevo al bosque, pero pronto se dieron cuenta del gran problema que era el volver cada vez a las montañas. Tomaron nota de todos los ingredientes, y reunieron todo lo necesario, de forma que fueron capaces de elaborar el licor en la ciudad. Los ciudadanos comenzaron beber el licor, se olvidaron de trabajar, y llegaron a empobrecerse. La ciudad pronto pareció como si fuera una ciudad fantasma.

En aquel momento, los dos hombres se marcharon y llevaron su negocio a Varanasi, dónde ellos enviaron un mensaje al rey. Allí también el rey se unió a ellos, y les ofreció su apoyo. Conforme el hábito de beber se fue extendiendo, los asuntos del día a día se fueron deteriorando, y Varanasi declinó de la misma forma en que lo había hecho Kasi. Sura y Varuna a continuación fueron a Saketa, y tras abandonar Saketa, se dirigieron a Savatthi.

En aquel tiempo, el rey de Savatthi se llamaba Sabbamitta. El les dio la bienvenida a los dos mercaderes, y les preguntó que querían. Ellos pidieron grandes cantidades de los principales ingredientes, y quinientas grandes jarras. Después de que todo había sido combinado, pusieron la mezcla en las jarras, y ataron a un gato a cada una de ellas para protegerlas de las ratas.

Conforme fermentaba, comenzó a rebosar y caer. Sucedió que los gatos lamieron la bebida que rebosaba, y debido a la potente bebida, comenzaron correr cayéndose hacia los lados, y estando completamente intoxicados, se echaron a dormir. Las ratas vinieron, y les mordisquearon orejas, nariz y rabo.

Los hombres del rey estaban impresionados, e informaron al rey de que los gatos atados a las jarras habían muerto al beber el licor que se escapaba.

“Seguramente que estos hombres han hecho veneno” fue la conclusión a la que llegó el rey, e inmediatamente ordenó que fueran decapitados. Cuando Sura y Varuna estaban siendo ejecutados, sus últimas palabras fueron: “¡Señor, es licor! ¡Es delicioso!”

Tras haber dado muerte a los mercaderes de bebida, el rey ordenó que las jarras fueran rotas. Pero para entonces los efectos del alcohol ya habían pasado, y los gatos estaban jugando alegremente. Los guardias informaron de esto al rey.

El rey dijo: “Si hubiera sido veneno, los gatos habrían muerto. Después de todo, quizá sea delicioso. Bebámoslo.”

El rey ordenó que la ciudad fuera decorada, y que se levantara un pabellón en el patio. Se sentó en un trono real bajo un parasol blanco, y rodeado por sus ministros, se preparó para beber.

En aquel momento, Sakra, el rey de los dioses, estaba contemplando el mundo, y se preguntaba: “¿Quién está cuidando de sus padres con dedicación? ¿Quién se está comportando bien con cuerpo, habla y mente?”

Cuando vio al rey sentado en su pabellón real, dispuesto a beber el brebaje, pensó: “Si el Rey Sabbamitta bebe eso, todo el mundo será  destruido. Tengo que asegurarme de que no lo beba.”

Al instante Sakra adoptó la forma de un Brahmín y, llevando una jarra de licor en la palma de su mano, apareció de pie en el aire frente al rey.

“¡Compra esta jarra! ¡Compra esta jarra!” gritaba.

El rey Sabbamitta lo vio, y le preguntó: “¿De dónde vienes, brahmán? ¿Quién eres? ¿Qué jarra es esa que tienes?”

Sakra le contestó: “¡Escucha! Esta jarra no contiene mantequilla, ni aceite, ni melaza, ni tampoco miel. Escucha los innumerables vicios que contiene esta jarra.

Quien beba de esta jarra, pobre loco estúpido, perderá el control de sí mismo hasta que el tropiece en el suelo, y caiga dentro de una zanja o pozo negro. Bajo su influencia el comerá cosas que nunca tocaría en su sano juicio. ¡Por favor, cómprala! ¡Esta que es la peor de las jarras, está a la venta!

El contenido de esta jarra distraerá a la inteligencia del hombre hasta que se comporte como un bruto, dándole a su enemigo la diversión de reírse de él. Hará posible que él cante y baile estúpidamente frente a una asamblea. ¡Por favor, compra este maravilloso licor por la obscena alegría que da!

Incluso el más tímido perderá toda modestia al beber de esta jarra. El hombre vergonzoso puede olvidar el problema que para él supone la vestimenta adecuada, y desnudo correr por toda la ciudad sin ninguna vergüenza. Cuando esté cansado, descansará felizmente en cualquier sitio, ajeno a cualquier peligro y a la decencia. Tal es la naturaleza de esta bebida. ¡Por favor, cómprala!¡Esta que es la peor de las jarras, está a la venta!

Cuando uno bebe esto, uno pierde el control de su cuerpo, tambaleándose como si no pudiera permanecer de pie, temblando, dando sacudidas, y violentamente convulso, como un muñeco de madera manejado por las manos de otra persona. ¡Compra mi jarra!¡Está llena de vino!

El hombre que bebe de ella está ajeno a todos los peligros porque él pierde sus sentidos. Uno puede quemarse hasta la muerte en su cama, ser devorado por una jauría de chacales, arrojado a un charco, y llegar a ser reducido a la esclavitud o a la penuria; no hay ningún infortunio al que no nos pueda llevar el beber de esta jarra.

Habiendo bebido de ella, los hombres pueden estar tumbados sin sentido en el camino, revolcándose en su propio vómito y lamidos por los perros. Una mujer puede llegar a estar tan intoxicada que atará a sus padres a un árbol, que injurie a su marido, y en su ceguera puede incluso llegar a maltratar o abandonar a su único hijo. Tal es la mercancía contenida en esta jarra.

Cuando un hombre bebe de esta jarra, el puede llegar a creer que todo el mundo es suyo, y que no debe respeto a nadie. ¡Compra esta jarra!¡Está llena hasta el borde de la más fuerte de las bebidas!

Cuando uno se hace adicto a esta bebida, todas las familias de clase alto perderán su riqueza y verán arruinado su nombre. ¡Compre esta jarra, Señor! ¡Está a la venta!

En esta jarra hay un líquido que hace que se pierda el control de la lengua y de los pies. Crea una risa y un llanto irracional. Nubla la visión y deteriora la mente. Hace a un hombre despreciable.

El beber de ella creará lucha. Los amigos discutirán y terminarán a golpes. Incluso los dioses fueron susceptibles a ella, y perdieron sus cielos por culpa de la bebida. ¡Compra esta jarra, y prueba el vino!

Debido a este brebaje, se hablan falsedades con verdadero placer, y las acciones prohibidas se ejecutan con alegría. Un falso coraje llevará al peligro, y los amigos serán traicionados. El hombre que bebe esto hará muchas acciones como desafío (hacia lo correcto), no siendo consciente de que él mismo se está dirigiendo hacia el infierno. ¡Intente beber esto, Señor! ¡Compre mi jarra!

Quien beba de este brebaje cometerá faltas con cuerpo, habla, y mente. Verá lo bueno como malo, y lo malo como bueno. Incluso la persona más recatada actuará de forma indecente cuando esté bebida. El más sabio de los hombres hablará insensateces. ¡Compra este precioso líquido, y hazte adicto a él! Te irás acostumbrando a comportarte mal, a mentir, a abusar, a la suciedad, y a la desgracia.

Cuando están completamente ebrios, los hombres son como bueyes que han caído al suelo golpeados, colapsados, y todos en un montón. Ningún poder humano puede competir con el venenoso poder del licor. ¡Compra mi jarra!

En resumen, el beber esto destruirá toda virtud. Hará que desaparezca la vergüenza, erosionará la buena conducta, y matará la buena reputación. Manchará y nublará la mente. Si es que puedes permitirte beber este licor tóxico, Señor, ¡Compra mi jarra!

Cuando el rey oyó esto, se dio cuenta de la gran miseria que sería causada por la ingesta de alcohol. Muy contento de haber sido advertido del peligro, él deseó expresar su gratitud.

Entonces él le dijo: “Brahmán, tú has sobrepasado incluso a mi padre y a mi madre en tu cuidado hacia mí. En gratitud por tus excelentes palabras, déjame darte cinco pueblos que tú elijas, cien mujeres que te sirvan, setecientas vacas, y diez carruajes tirados por caballos de pura sangre. Tú has sido un gran maestro.”

Revelando su identidad, Sakra le replicó: “Como rey de los dioses de los Treinta y Tres, no necesito nada. Puedes quedarte con tus pueblos, sirvientes, y ganado. Disfruta de su deliciosa comida, y conténtate con los pasteles dulces. Deléitate en las verdades que te he predicado. De esta forma tú serás intachable en este mundo, y lograrás un glorioso renacimiento  en el cielo en tu siguiente vida”

Con estas palabras, Sakra retornó a su propio mundo.

El Rey Sabbamitta hizo votos de abstenerse del alcohol, y ordenó que se rompieran las jarras. A partir de ese día, el guardó los preceptos y generosamente dio limosnas. Vivió una buena vida, e indudablemente renació en el cielo.

Sin embargo, con posterioridad el hábito de consumir alcohol se extendió a través de India, y fue mucha la gente que se vio afectada.

El Buda terminó su lección aquí, e identificó el nacimiento: “En aquel tiempo, Ananda era el rey; y yo era Sakra”

 

 

 

Trad. al castellano por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.

 

 

 

 

 

 

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