domingo, 3 de junio de 2012

Jataka Nº 78 El Tesorero Avaro. (Illisa Jataka)

Esta historia fue contada por el Buda en el Monasterio de Jetavana, y trata sobre un tesorero real, tremendamente rico, el cual vivía en una ciudad llamada Sakkara, cerca de la ciudad de Rajagaha. Había llegado a ser tan tacaño que nunca daba nada, ni tan siquiera la más pequeña gota de aceite que uno pudiera coger con una hoja de hierba. Peor aún que eso, él no usaba ni la más minúscula cantidad para su propia satisfacción. Su gran riqueza no le servía para nada a él, a su familia, o a la gente digna de ser recompensada en aquellas tierras.
Sin embargo, Moggallana llevó a este avaro y a su esposa a Jetavana, donde sirvieron una gran comida de pasteles al Buda y a quinientos monjes. Tras escuchar las palabras del Buda agradeciéndoselo, el tesorero real y su esposa “entraron en la corriente” .
Esa tarde los monjes estaban reunidos en el Salón de la Verdad y decían: “¡Qué grande es el poder del Venerable Moggallana. En un momento él convirtió al avaricioso a la generosidad, lo trajo a Jetavana, e hizo posible su logro! ¡Qué destacable es el Pionero!”
Mientras hablaban de este modo, el Buda entró, y les preguntó por el objeto de su conversación. Cuando se lo dijeron, el Buda les respondió: “Monjes, esta no es la primera vez que Moggallana ha convertido a este tesorero avaro. En otros tiempos, también el Muy Venerable le enseñó cómo las acciones y sus efectos están unidas”. Y entonces el Buda contó esta historia del pasado.
Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Varanasi, había un tesorero llamado Illisa que tenía ochenta clases de riquezas. Este hombre tenía todos los defectos posibles en una persona. Era cojo y jorobado, y también era bizco. Era un avaro recalcitrante, nunca daba nada de su fortuna a los demás, y tampoco él gozaba de ella.
Sin embargo, es interesante que las siete generaciones anteriores de sus antepasados hubieran sido generosos, dando lo mejor que tenían libremente. Cuando este tesorero heredó las riquezas familiares, rompió con la tradición, y comenzó a acaparar su riqueza.
Un día, cuando volvía de una audiencia con el rey, vio a un paisano cansado que estaba sentado en un banco, y que estaba bebiendo una taza de licor barato con gran placer. Al verlo, el tesorero sintió el deseo de beber también licor, pero pensó: “Si yo bebo, los demás también querrán beber conmigo. ¡Eso sería un gasto ruinoso!”.
Cuanto más intentaba suprimir su sed de licor, más fuerte se hacía el anhelo. Su esfuerzo por vencer su sed hizo que se volviera tan amarillo como el algodón viejo. Llegó a estar cada vez más y más delgado, hasta que las venas se le notaban en su figura demacrada. Después de algunos días, aún incapaz de olvidar el licor, se fue a su habitación y se tumbó en su cama. Su esposa entró, le frotó la espalda, y le preguntó: “Esposo, ¿Qué va mal?”
El respondió: “Nada”
Entonces ella aventuró: “Quizás el rey está enfadado contigo”
“No, no es eso”
“¿Han hecho tus hijos o tus sirvientes algo que te disguste?”
No, nada de eso”
“Bien, ¿entonces tienes un deseo por algo?”
Debido al miedo de que pudiera llegar a gastar su fortuna, él aún siguió sin pronunciar ni una sola palabra.
Entonces ella le suplicó: “Habla, esposo mío. Dime, ¿Qué es lo que deseas?”
En voz baja él le dijo: “Bueno, siento deseo por una cosa”
“¿Qué es, esposo mío?”
El susurró: “Quiero beber licor”
Entonces ella exclamó aliviada: “¿Por qué no lo dijiste antes? Haré licor suficiente para servir a toda la ciudad”
“¡No! No metas en esto a los demás. ¡Que cada uno se gane su propia bebida!”
“Bueno, entonces solo haré lo suficiente para nuestra calle”
“¡Qué rica eres!”
“Vale, entonces solo para nuestra casa”
“¡Qué extravagante!”
“De acuerdo, solo para nosotros y nuestros hijos”
“¿Por qué molestarlos?”
“Muy bien, que tan solo sea bastante para nosotros dos”
“¿Tú lo necesitas?”
“¡Naturalmente que no! Haré un poco de licor solo para ti”
“¡Espera! Si haces algo de licor en la casa, te verá mucha gente. De hecho, es imposible el beber nada aquí”
Dándole una sola moneda de poco valor, él envió a un esclavo a que comprara una jarra de licor en la taberna. Cuando el esclavo retornó, Illisa le ordenó que llevara el licor a las afueras de la cuidad, a una remota espesura cerca del rio.
“Ahora déjame solo” le ordenó Illisa.
Después de que el esclavo hubo caminado un buen trecho, el tesorero se internó en la espesura, llenó su copa, y comenzó a beber.
En aquel momento, el propio padre del tesorero, el cual había renacido como Sakra, el rey de los dioses, se estaba preguntando si la tradición de generosidad aún se mantenía en su casa, y entonces tuvo noticia del comportamiento escandaloso de su hijo. El supo que su hijo no solo había roto con la tradicional magnanimidad de su familia, sino que también había quemado las casas de beneficencia, y que había golpeado a los pobres para apartarlos de su puerta. Sakra vio que su hijo, no queriendo compartir ni tan siquiera una gota de licor barato con nadie, estaba sentado en la espesura bebiendo solo.
Cuando vio esto, Sakra exclamó: “Tengo que demostrarle a mi hijo que las acciones siempre tienen sus consecuencias. He de hacerle generoso, y digno de renacer en el reino de los dioses”
En ese mismo instante, Sakra adoptó la forma de su hijo de forma completa, con su cojera, su joroba, y su estrabismo; y entró en la ciudad de Varanasi. Se dirigió directamente a la puerta de palacio, y pidió que le anunciaran al rey.
El rey dijo: “Dejad que se acerque”
Sakra entró en la cámara real, y le presentó sus respetos.
El rey le preguntó: “¿Qué te trae por aquí a esta hora tan inusual, mi Tesorero Mayor?”
“Señor, he venido porque me gustaría añadir mis ochenta tipos de riquezas a tu tesoro real”
El rey le contestó: “No, mi querido Tesorero Mayor. Yo poseo un gran tesoro. No necesito del tuyo.”
“Señor, si tú no lo aceptas se lo daré a los demás”
“De todas formas, tesorero, haz como quieras”
“Así será, Señor” dijo Sakra. Entonces, postrándose de nuevo ante el rey, se dirigió a la casa del tesorero. Ninguno de los sirvientes podría decir que no fuera su verdadero señor. Mandó llamar al portero, y le ordenó: “Si alguien que se me pareciese apareciera y dijera que es el dueño de esta casa, esa persona debería de ser fuertemente golpeada, y arrojada fuera”.
A continuación subió por las escaleras, se sentó en un diván con brocados, y mandó buscar a la esposa de Illisa. Cuando ella llegó, le sonrió, y le dijo: “Querida mía, seamos generosos”
Cuando su mujer, sus hijos, y todos los sirvientes escucharon esto, pensaron: “¡Nunca hemos visto al tesorero pensar de esta forma! Tiene que haber bebido mucho para mostrar tan buen corazón y generosidad”
Su esposa le contestó: “Se tan caritativo como te plazca, esposo mío”
Sakra ordenó: “Id a buscar al pregonero. Quiero que él anuncie a todos los ciudadanos de la cuidad, que todo el que quiera oro, plata, diamantes, perlas, o otras gemas debería de venir a la casa de Illisa, el tesorero”.
Su esposa le obedeció, y pronto se congregó una gran multitud llevando cestos y sacos. Sakra les dio instrucciones a los sirvientes para que abrieran las puertas de los almacenes, y entonces se dirigió a la gente diciendo: “¡Estos son mis regalos para vosotros! ¡Coged lo que os guste! ¡Qué tengáis buena suerte!”
La gente de la ciudad llenó sus sacos y se llevó todo el tesoro que eran capaces de transportar. Un granjero unció dos de los bueyes de Illisa a un hermoso carro, lo lleno de cosas valiosas, y salió de la ciudad. Según iba rodando, iba cantando una canción en alabanza del tesorero; aconteció que pasó cerca de la espesura en la que Illisa estaba escondido.
“¡Qué puedas vivir cien años, mi buen señor Illisa!” cantaba el granjero. “Lo que tú has hecho por mí en el día de hoy, me permitirá vivir sin tener que volver a trabajar. ¿Quién me dio estos bueyes? ¡Tú lo hiciste! ¿Quién me dio este carro? ¡Tú lo hiciste! ¿Quién me dio todas las riquezas que hay en este carro? ¡Una vez más, fuiste tú! Ni mi padre ni mi madre me dieron algo como esto. No, solo vino de ti, mi señor”
Estas palabras entraron hasta los huesos del tesorero. Se preguntó: “¿Por qué este tipo menciona mi nombre? ¿Habrá el rey dado toda mi riqueza?” Salió de la espesura, e inmediatamente reconoció a su carro y sus bueyes.
Saliendo de entre los arbustos tan rápido como pudo, sujetó a los bueyes por el aro de la nariz, y grito: “¡Para!¡Estos bueyes me pertenecen!”
El granjero se apeó del carro y comenzó a golpear al intruso. “¡Farsante! Esto no es tuyo. Illisa, el tesorero, está dando todas sus riquezas a toda la cuidad” Golpeó al tesorero dejándolo tirado en el suelo, se volvió a subir al carro, y comenzó a rodar.
Agitado por el enfado, Illisa se levantó solo, corrió tras el carro, y volvió a coger a los bueyes. Una vez más, el granjero saltó del carro, cogió a Illisa por los cabellos, y lo golpeó fuertemente. Entonces volvió a subir al carro, y partió.
Dolorido y ensangrentado, intentó entrar en su propia casa, diciendo que él era Illisa, pero los porteros lo detuvieron.
“¡Tú villano! ¿Dónde crees que vas?” le gritaron. Y siguiendo las órdenes le golpearon con varas de bambú, lo cogieron por el cuello, y lo tiraron escaleras abajo.
“Solo el rey me puede ayudar ahora” gimió Illisa, y se arrastró hasta el palacio del rey.
“Señor, ¿Por qué? ¿Por qué me has robado de esta forma?”
“Yo no te he robado, mi querido Tesorero Mayor. Tú mismo me ofreciste en primer lugar todas tus riquezas. Y entonces tu ofreciste tus propiedades a los ciudadanos de la ciudad”
“Señor, ¡Yo nunca hice tal cosa! Su Majestad sabe cómo soy de cuidadoso con el dinero. Usted sabe que yo nunca daría ni la más pequeña gota de aceite. Quizá Su Majestad quisiera mandar a buscar a la persona que ha robado mis riquezas. ¡Por favor, interróguelo sobre este asunto!”
El rey ordenó a su guardia que le trajeran a Illisa, y ellos volvieron con Sakra. Los dos tesoreros eran tan exactamente idénticos que ni el rey, ni nadie en la corte podrían decir cuál era el verdadero tesorero.
“Señor, yo soy el tesorero. ¡Este es un impostor!” suplicaba Illisa.
El rey le contestó: “Mi querido señor, yo realmente no puedo decir cuál de los dos es el verdadero Illisa. ¿Hay alguien que pueda distinguir con seguridad entre ambos?”
Illisa respondió: “Si Señor, mi esposa puede”
Entonces el rey mandó buscar a la esposa, y le preguntó cuál de los dos era su marido. Ella sonrió a Sakra, y se puso a su lado. Cuando los hijos de Illisa y los sirvientes fueron llamados, y se les hizo la misma pregunta, todos ellos respondieron que Sakra era el verdadero tesorero.
De repente, Illisa recordó que él tenía una cicatriz en la parte superior de su cabeza, que estaba oculta por el pelo, y que solo era conocida por su barbero. Como último recurso, pidió que fuera llamado su barbero. El barbero vino, y cuando se le preguntó si podría distinguir al verdadero Illisa del falso, respondió: “Por supuesto Señor, puedo decirlo si es que puedo examinar las cabezas de ambos”
El rey ordenó: “Por todos los medios, mírales a ambos sus cabezas”
El barbero examinó la cabeza de Illisa, y encontró la cicatriz. Cuando comenzó a examinar la cabeza de Sakra, el rey de los dioses rápidamente hizo aparecer una cicatriz en su propia cabeza, de forma que el barbero exclamó: “Su Majestad, ¡ambos son bizcos, ambos son cojos, y ambos son también jorobados!¡Ambos tienen cicatrices exactamente en el mismo lugar de sus cabezas!¡Ni siquiera yo puedo decir cuál es el verdadero Illisa!”
Cuando Illisa escuchó esto, se dio cuenta de que su última esperanza se había desvanecido, y comenzó a temblar ante la pérdida de sus amadas riquezas. Vencido por sus emociones, sufrió un colapso, y cayó al suelo desvanecido. Ante esto, Sakra volvió a adoptar su forma divina y se elevó en el aire.
Oh, Rey. Yo no soy Illisa. ¡Soy Sakra!”
Los cortesanos  rápidamente arrojaron agua a la cara de Illisa para revivirlo. Tan pronto como recobró su consciencia, el tesorero se arrastró a sus pies y se postró ante Sakra.
Sakra dijo en voz alta: “¡Illisa! Esa riqueza era mía, no tuya. Yo fui tu padre. Durante mi vida yo fui generoso para con los pobres, y me regocijaba en hacer el bien. Debido a mi caridad, yo he renacido en este estado de grandeza. Pero tú, hombre necio, no estás andando tras mis huellas. Tú has llegado a ser un terrible avaro. Para atesorar mis riquezas, tú derruiste quemándolas mis casas de beneficencia, y arrojaste a los pobres. No has obtenido ningún disfrute de tu riqueza; ni tampoco sirve de beneficio para ningún otro ser humano. Tu tesoro es como un estanque obsesionado por demonios, en el que nadie puede saciar su sed. Sin embargo, si reconstruyes mis casas de beneficencia, y muestras caridad hacia los pobres, tú obtendrás un gran mérito. Si no lo haces, te quitaré todo lo que tienes, y destrozaré tu cabeza con mis relámpagos”
Cuando Illisa oyó esto, tembló de miedo, y sollozó: “¡A partir de ahora seré generoso!¡Lo prometo!”
Aceptando esta promesa, Sakra estableció a su hijo en los preceptos, le predicó el Dharma, y volvió al reino de los dioses.
Fiel a su palabra, Illisa practicó la caridad con diligencia, y acometió muchas buenas obras. Llegó incluso a renacer en el cielo.
Entonces el Buda dijo: “Ya veis monjes, esta no es la primera vez que Moggallana ha convertido a este tesorero avaro. En aquellos tiempos, el tesorero era Illisa; Moggallana era Sakra, el rey de los dioses; Ananda era el rey; y yo mismo era el barbero”



Trad. por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.

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