sábado, 2 de junio de 2012

Jataka Nº 89 La Paja que Valía más que el Oro. (Kuhaka Jataka)

El Buda contó esta historia en Jetavana al existir un monje amigo de la intriga, el cual era la fuente de numerosos problemas para los demás monjes.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Brahmadatta estaba reinando en Varanasi, un taimado asceta con unas largas greñas vivía cerca de cierto pequeño poblado. El terrateniente había construido una modesta ermita en el bosque para él, y diariamente lo proveía con excelente comida en su propia casa.
El terrateniente tenía un gran miedo a los ladrones, y decidió que la forma más segura  de proteger su dinero era esconderlo en un sitio inverosímil. Creyendo que el asceta de las largas greñas era un modelo de santidad, le trajo cien piezas de oro a la ermita, las enterró allí, y le pidió al asceta que guardara el tesoro.
No hay necesidad de decirle más, Señor, a un hombre como yo que ha renunciado al mundo. Nosotros los ermitaños nunca codiciamos lo que les pertenece a otros”
“Eso es maravilloso” dijo el terrateniente, quien se marchó completamente confiado con las declaraciones del ermitaño.
Tan pronto como el terrateniente se perdió de vista, el asceta se dijo a sí mismo: “¡Aquí hay bastante para que un hombre pueda gastar durante toda su vida!”
Tras dejar pasar unos días, el ermitaño sacó el oro y lo volvió a enterrar convenientemente a un lado del camino. A la mañana siguiente, después de comer arroz y suculento curry en la casa del terrateniente, el asceta dijo: “Mi buen Señor, yo he permanecido aquí, mantenido por ti, durante mucho tiempo. Francamente, el vivir tanto tiempo en un mismo sitio es como vivir en el mundo, lo cual les está prohibido a los ascetas como yo. Verdaderamente yo no puedo permanecer aquí más tiempo; ha llegado el tiempo de que yo me vaya”.
El terrateniente le instó a que se quedara, pero nada pudo torcer la determinación del ermitaño.
“Bien, entonces si tiene que irse, le deseo buena suerte” dijo el terrateniente. De mala gana escoltó al asceta hasta las afueras del poblado, y retornó a su casa.
Después de haber andado un trecho solo, el asceta pensó que sería bueno engatusar al terrateniente. Colocando una paja en sus greñas, se apresuró a volver al poblado.
“¿Qué le trae de vuelta?” preguntó el sorprendido terrateniente.
“Me he dado cuenta de que una paja de tu tejado se ha metido en mi pelo. Nosotros los ermitaños no podemos coger nada que no nos haya sido dado, por lo tanto yo te la traigo de vuelta”
“Tírela al suelo, Señor, y siga su camino” dijo el terrateniente.
Y pensó para sí: “¡Imagínate! Este asceta es tan honesto que ni siquiera quiere coger una paja que no le pertenezca. ¡Qué persona tan rara!”
Entonces, grandemente impresionado por la honestidad del asceta, el terrateniente lo despidió de nuevo deseándole un buen viaje.
En aquel tiempo, el Bodhisattva, que había renacido como un mercader, iba de viaje hacia la frontera por motivos de negocios, y sucedió que paró en el mismo pequeño poblado, donde él vio al asceta volver con el trozo de paja. En su mente creció la sospecha de que el asceta tenía que haberle robado algo al terrateniente. Él le preguntó a aquel hombre tan rico si él había depositado algo al cuidado del asceta.
El terrateniente le contestó bastante excitado: “Si, cien piezas de oro”
El mercader le sugirió: “Bien, ¿Por qué no va, y ve si aún están a salvo?”
El terrateniente se dirigió a la ermita abandonada, escavó donde había dejado su dinero, y encontró que había desaparecido.
Volviendo a toda prisa a dónde se encontraba el mercader, gritó: “¡No está allí!”
El mercader dijo: “Con toda seguridad el ladrón es ese pillo de pelo largo, que aparenta ser un asceta. ¡Cojámoslo!”
Los dos hombres corrieron tras el pícaro, y lo alcanzaron rápidamente. Ellos lo patearon y golpearon hasta que el les mostró dónde había escondido el oro. Después de que habían recuperado el dinero, el mercader miró a las monedas, y con desprecio le preguntó al asceta: “¿Por qué estas cien monedas de oro no turbaron tanto tu conciencia como lo hizo la paja? ¡Ten cuidado, hipócrita, de no volver a emplear este truco nunca más!”
Cuando su vida llegó a su fin, el mercader murió y le fue de acuerdo a sus abandonos.
Cuando terminó esta lección, el Buda dijo: “Por lo tanto, monjes, podéis ver que este monje era tan amigo de la intriga en el pasado como lo es hoy”.
Entonces identificó el nacimiento diciendo: “Este monje era el intrigante asceta de aquellos días, y yo era el sabio y buen mercader”



Trad. al castellano por el ignorante y falto de devoción upasaka Losang Gyatso.

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